Género y pobreza: un caso de desigualdades entrelazadas

Equipo de Investigación de Social Watch 1

La pobreza y el género están vinculados de manera inexorable. Las metodologías usualmente utilizadas para bmedir la pobreza no permiten que el género se refleje en las estadísticas oficiales ni en las estrategias de reducción de la pobreza. Con frecuencia se incluye el género como eje transversal de numerosas estrategias, pero en la práctica es una cuestión que recibe escasa atención en los planes de acción y proyectos específicos de desarrollo. El enfoque de género en el estudio de la pobreza ha llevado a que se revisen los métodos de medición más convencionales y se exploren nuevos.

La pobreza afecta a varones, mujeres, niños y niñas, pero se experimenta de manera distinta según la edad, el grupo étnico, los roles familiares y el sexo. La biología femenina, los roles de género sociales y culturales y la subordinación construida culturalmente son el motivo de que las mujeres enfrenten situaciones desventajosas que agravan e intensifican los numerosos efectos de la pobreza.

Los indicadores de pobreza no ven a las mujeres

El estudio de la pobreza desde el punto de vista del género ha adquirido importancia desde la década de los 90. Los estudios dentro de este marco “examinan las diferencias de género en los resultados y procesos generadores de la pobreza, centrándose particularmente en las experiencias de las mujeres y preguntando si ellas forman un contingente desmedido y creciente entre los pobres. Este énfasis implica una perspectiva que destaca dos formas de asimetrías que se intersectan: el género y la clase.”2 Los estudios que confirman las desigualdades de género, especialmente en el acceso a las necesidades básicas y su satisfacción, respaldan la aseveración de que “la pobreza femenina no puede comprenderse bajo el mismo enfoque conceptual que la pobreza masculina.”3 En general, los indicadores de pobreza se basan en información del hogar, sin reconocer las grandes diferencias de género y generacionales que existen dentro de los hogares. Desde una perspectiva de género, sin embargo, es necesario decodificar las situaciones dentro de los hogares, ya que las personas que cohabitan en esos espacios mantienen relaciones asimétricas e imperan sistemas de autoridad. Las desigualdades de género dentro de los contextos familiares que resultan en un acceso diferenciado a los recursos del grupo doméstico agravan la pobreza femenina, particularmente en los hogares pobres. A pesar de los cambios actuales, la división sexual del trabajo en los hogares sigue siendo sumamente rígida.

Debido a las limitaciones impuestas a la mujer por la división sexual del trabajo y las jerarquías sociales impuestas en esta división las mujeres tienen un acceso desigual a distintos ámbitos sociales, principalmente a sistemas estrechamente vinculados como el mercado laboral, la ayuda pública o los sistemas de protección social y otros hogares.

Aplicada a las familias la perspectiva de género mejora la comprensión de la forma en que funciona un hogar, ya que descubre jerarquías y patrones de distribución de los recursos, cuestionando así la idea de que los recursos dentro del hogar se distribuyen equitativamente y que todos los integrantes del hogar tienen las mismas necesidades. El enfoque del género en el estudio de la pobreza desenmascara la discriminación tanto en la esfera pública como al interior de los hogares, evidenciando en ambas esferas relaciones de poder y distribución desigual de los recursos.

La discusión conceptual de la pobreza es fundamental en el sentido de que la definición de la pobreza decide cuáles indicadores se utilizarán para medirla así como el tipo de políticas que se deben implementar para superarla. Como señala Feijoó, “lo que no se conceptualiza no se mide.”4 Como la pobreza se mide según las características socioeconómicas de los hogares en general es imposible identificar las diferencias de género en relación con el acceso a las necesidades básicas dentro del hogar. Las encuestas de hogares también son limitadas en la manera de obtener la información ya que el único recurso que se toma en cuenta es el ingreso, mientras el tiempo dedicado a la producción y la reproducción social en el hogar no se toman en cuenta.

Naila Kabeer5 señala que para compensar las limitaciones en la medición de la pobreza se debe desglosar la información para tomar en cuenta las diferencias entre “seres” y “haceres” en el hogar. La autora sostiene que se necesitan indicadores que reconozcan que la vida de la mujer se rige por restricciones, títulos y responsabilidades sociales distintas y en ocasiones más complejas que las de los hombres, y que las mujeres viven su vida en gran medida fuera de la economía monetarizada.

La medición de la pobreza desde la perspectiva de género

Las mediciones de la pobreza ocupan un papel relevante en el proceso de visibilización del fenómeno y en la elaboración e implementación de políticas. Las metodologías de medición están estrechamente vinculadas con conceptualizaciones específicas de la pobreza y, por lo tanto, las mediciones están sujetas a variación, ya que abordan distintos aspectos de la pobreza. Todas las metodologías, incluso las sensibles al género y aun aquellas consideradas más precisas y objetivas, no son neutrales sino que contienen elementos subjetivos y arbitrarios.

La perspectiva de género contribuye a ampliar el concepto de la pobreza al identificar la necesidad de medir la pobreza de una manera que tome en cuenta su complejidad y multidimensionalidad. El debate sobre la metodología de la pobreza no propone el desarrollo de un único indicador que sintetice todas las dimensiones de la pobreza. Por el contrario, la idea es explorar distintas propuestas de medición dirigidas a mejorar las técnicas de medición más convencionales registrando al mismo tiempo sus ventajas y limitaciones, así como a la elaboración de nuevas mediciones.

Medición del ingreso del hogar
La medición de la pobreza según el ingreso del hogar es en la actualidad uno de los métodos más utilizados. Es un indicador cuantitativo muy bueno para identificar situaciones de pobreza, y en lo que concierne a los modelos de medición monetaria, no existe un método que sea más efectivo. Asimismo existen más datos nacionales para medir la pobreza en términos monetarios que mediante el uso de otros enfoques (capacidades, exclusión social, participación). La medición de la pobreza según el ingreso permite las comparaciones entre países y regiones y permite la cuantificación de la pobreza para el desarrollo de las políticas.

Una de las carencias principales de la medición por ingreso es su incapacidad para reflejar la multidimensionalidad de la pobreza. Asimismo, enfatiza la dimensión monetaria de la pobreza, por lo que solo toma en cuenta sus aspectos materiales e ignora los aspectos culturales, entre los que se incluyen las diferencias de poder, que determinan el acceso a los recursos. Pero, sobre todo, no toma en cuenta el trabajo doméstico no remunerado, que es indispensable para la sobrevivencia de los hogares.

Otra crítica habitual a esta medición de la pobreza es que no toma en cuenta que la gente también satisface sus necesidades mediante recursos extramonetarios, como las redes comunitarias y el apoyo de la familia.

La medición del ingreso per cápita por hogar presenta serias limitaciones para capturar las dimensiones de la pobreza dentro del hogar. No explica el hecho de que hombres y mujeres experimenten la pobreza de manera distinta dentro del mismo hogar. Eso es porque los hogares son la unidad de análisis y se supone una distribución equitativa de los recursos entre los integrantes del hogar. Según esta medición, todos los integrantes del hogar son pobres de la misma manera.

El trabajo doméstico no remunerado no se cuenta como ingreso pero puede hacer una diferencia considerable en el ingreso del hogar. Los hogares dirigidos por hombres tienen más probabilidades de contar con trabajo doméstico gratuito realizado por la esposa y de evitar incurrir en el gasto asociado con el mantenimiento del hogar. Eso es menos probable en los hogares de jefatura femenina, que generalmente incurren en costos privados relativos al trabajo doméstico no remunerado: menos tiempo de descanso y ocio, (que afecta los niveles de salud física y mental), menos tiempo para acceder a mejores oportunidades laborales y menos tiempo para la participación social y política.

Este método no muestra las diferencias entre hombres y mujeres en el uso de su tiempo ni sus patrones de gasto. Estos aspectos son centrales para caracterizar la pobreza desde una perspectiva de género. Los estudios sobre el uso del tiempo confirman que las mujeres pasan más tiempo que los hombres en actividades no remuneradas, lo cual indica que tienen días de trabajo más largos, en perjuicio de su salud y niveles de nutrición.

La medición individual de autonomía económica (o poseer el ingreso suficiente para satisfacer las necesidades) es útil para estudiar la pobreza dentro del hogar.

No se trata de sustituir una medición con otra, sino de trabajar con ambas mediciones ya que cumplen distintos objetivos. Las mediciones de la pobreza individual son mejores en su capacidad para identificar situaciones de pobreza que quedan ocultas en las mediciones tradicionales (como la pobreza de las personas que viven en hogares no pobres pero sin poseer ingresos propios), revelando así las mayores limitaciones que padecen las mujeres para adquirir la autonomía económica.

Trabajo no remunerado

El trabajo no remunerado es un concepto central en el estudio de la pobreza desde la perspectiva de género. Se ha argumentado que aunque esta actividad no es valorada monetariamente satisface necesidades y permite la reproducción social. Algunos sostienen que existe una fuerte relación entre el trabajo no remunerado y el empobrecimiento de las mujeres. Se ha destacado la necesidad de medir la labor femenina y esto condujo a distintas propuestas que sugieren otorgarle valores monetarios a la labor doméstica e incluirla en las cuentas nacionales.

La medición del trabajo no remunerado también mostraría una diferencia importante en el ingreso del hogar entre los hogares donde hay una persona dedicada a la labor doméstica y a los cuidados (hogares de jefatura masculina) y los hogares donde no la hay y que deben asumir los costos particulares asociados con esta labor (hogares de jefatura femenina).

La medición del tiempo dedicado al “trabajo no remunerado”

Otra forma de medir y visualizar el trabajo no remunerado es a través del estudio del uso del tiempo.

El trabajo no remunerado se divide en trabajo de subsistencia (producción de alimentos y vestimenta, reparación de prendas de vestir), labores domésticas (compra de bienes y servicios del hogar, cocina,  lavandería, planchado, limpieza, actividades relacionadas con la organización hogareña y distribución de tareas y diligencias como el pago de las cuentas, entre otros), el cuidado de la familia (cuidado de los niños y los adultos mayores) y el servicio comunitario o trabajo voluntario (servicios proporcionados a personas que no integran la familia a través de organizaciones religiosas o laicas).6 Al tomar en cuenta el tiempo que pasan las mujeres realizando cada una de esas actividades las mismas se visibilizan y reconocen, lo que facilita la percepción de las desigualdades de género en las familias y la sociedad. Asimismo, la adjudicación del tiempo hace posible calcular el volumen total de la carga de trabajo, que es un concepto que incluye al trabajo remunerado así como el no remunerado.

Las encuestas sobre el uso del tiempo ayudan a generar mejores estadísticas sobre el trabajo remunerado y no remunerado y son una herramienta esencial para desarrollar una masa de conocimientos mayor acerca de las distintas formas de trabajo y empleo.

Existen antecedentes de este tipo de estudio sistemático en Canadá, Cuba, Francia, Italia, México, Nueva Zelanda, España y Venezuela.7 En el informe nacional de Italia se destaca que “el aumento de la participación femenina no se equipara con una distribución más justa de las actividades familiares: las actividades no remuneradas del cuidado de los hijos y de reproducción social recaen casi por entero en las mujeres que, en promedio, trabajan en total 28% más horas, remuneradas y sin remunerar, que los hombres. Aproximadamente 35% de los hombres no dedican hora alguna a las actividades del cuidado de la familia.”

Los esfuerzos de otros países, aunque no sistemáticos, permitieron realizar estudios específicos de esas dimensiones. Ese es el caso de Uruguay, donde en 2003 se realizó una encuesta sobre el uso del tiempo por hombres y mujeres con el objetivo de generar indicadores que informaran acerca de las relaciones asimétricas de género en las familias y las reflejaran.8

El párrafo 206 de la Plataforma de Acción de Beijing de 1995 recomienda:

“f) Desarrollar un conocimiento más integral de todas las formas de trabajo y empleo mediante:

  1. La mejora de la reunión de datos sobre el trabajo no remunerado que ya esté incluido en el Sistema de Cuentas Nacionales de las Naciones Unidas, por ejemplo, en la agricultura, especialmente la agricultura de subsistencia, y otros tipos de actividades de producción que no son de mercado;
  2.  La mejora de los métodos de medición en que actualmente se subestima el desempleo y el empleo insuficiente de la mujer en el mercado de la mano de obra;
  3. La elaboración de métodos, en los foros apropiados, para evaluar cuantitativamente el valor del trabajo no remunerado que no se incluye en las cuentas nacionales, por ejemplo, el cuidado de los familiares a cargo y la preparación de alimentos, para su posible inclusión en cuentas especiales u otras cuentas oficiales que se prepararán por separado de las cuentas nacionales básicas pero en consonancia con éstas, con miras a reconocer la contribución económica de la mujer y a que se haga evidente la desigualdad en la distribución del trabajo remunerado y el no remunerado entre mujeres y hombres;

g) Desarrollar una clasificación internacional de actividades para las estadísticas sobre el uso del tiempo en que se aprecien las diferencias entre mujeres y hombres en lo relativo al trabajo remunerado y no remunerado, y reunir datos desglosados por sexo. En el plano nacional y teniendo en cuenta las limitaciones nacionales:
i)  Hacer estudios periódicos sobre el uso del tiempo para medir cuantitativamente el trabajo no remunerado, registrando especialmente las actividades que se realizan simultáneamente con actividades remuneradas u otras actividades no remuneradas;
ii) Medir cuantitativamente el trabajo no remunerado que no se incluye en las cuentas nacionales y tratar de mejorar los métodos para que se analice su valor y se indique con exactitud en cuentas satélites u otras cuentas oficiales que se prepararán separadamente de las cuentas nacionales básicas pero en consonancia con éstas”.

Resumen final

El enfoque de género ha realizado valiosos aportes conceptuales y metodológicos al estudio de la pobreza.

En términos conceptuales ha proporcionado una definición más integral de la pobreza, al proponer un enfoque integrado y dinámico que reconoce los aspectos multidimensionales y heterogéneos de la pobreza.

La perspectiva de género critica fuertemente las definiciones de la pobreza exclusivamente basadas en el ingreso y destaca los elementos materiales, simbólicos y culturales como aquellos que influyen en las relaciones de poder, que a su vez determinan el acceso de género a los recursos (materiales, sociales y culturales).

Sin la perspectiva de género no se puede comprender cabalmente la pobreza.

El enfoque de género en el estudio de la pobreza llevó a la revisión de métodos de medición más convencionales y a la exploración de métodos nuevos, y realizó un aporte importante al debate en curso.

La medición del ingreso de los hogares no captura las dimensiones de la pobreza dentro del hogar, como las desigualdades de género, ya que supone que existe una distribución equitativa de recursos entre sus integrantes, homogenizando así las necesidades de cada persona y considerando pobres por igual a sus integrantes. El método tiene limitaciones para medir las desigualdades de género porque no reconoce, en términos monetarios, el aporte al hogar realizado por la labor doméstica no remunerada. Finalmente, la medición del ingreso no captura las diferencias de género en cuanto al uso del tiempo y los patrones de gasto, dos dimensiones que contribuyen a caracterizar la pobreza con mayor plenitud y a diseñar políticas mejores.

1 Publicado originalmente en el Informe Social Watch 2005: Rugidos y susurros. El equipo estaba integrado por: Karina Batthyány (Coordinadora), Mariana Sol Cabrera, Graciela Dede, Daniel Macadar e Ignacio Pardo.

2 Kabeer, Naila. Reversed Realities: Gender hierarchies in development thought. Londres: Ed. Verso, 1994.

3 Ibid.

4 Feijoó, María del Carmen. “Desafíos conceptuales de la pobreza desde una perspectiva de género”. Paper presented at the Meeting of Experts on Poverty and Gender Issues, CEPAL/OIT, Santiago de Chile, agosto de 2003.

5 Kabeer, op cit.

6 Aguirre, Rosario. “Trabajo no remunerado y uso del tiempo. Fundamentos conceptuales y avances empíricos. La encuesta Montevideo 2003”, CEPAL, Santiago de Chile, 2004.

7 Por más información sobre estos estudios consulte Araya, María José “Un acercamiento a las Encuestas sobre el Uso del Tiempo con orientación de género”, Unidad Mujer y Desarrollo, CEPAL, Series Mujer y Desarrollo No. 50, Chile, 2003.

8 Aguirre, op. cit.