Pobre India

Author: 
Eva Peruga

El intríngulis no es si los indicadores ecónomicos, que depositan a un país en la estantería de los ricos o en la de los futuros ricos, no han bastado para lograr la igualdad. El meollo hay que buscarlo en la elección de los indicadores que determina unas conclusiones que vallan el terreno ideológico en el que se juega. La India en las últimas semanas ha sido noticia porque las agresiones diarias e históricas contra las mujeres han migrado hacia los medios de comunicación que trascienden, los occidentales.

Pero como bien señala el Observatori de les Dones en els Mitjans de Comunicació, la indignación transmitida por los medios españoles no se ha acompañado de explicaciones de raíz sobre por qué la violación no es una excepción en la democracia más poblada del mundo. Es un espejismo la presencia de algunas mujeres ejecutivas, ministras, gobernadoras o incluso el largo mandato de Indira Gandhi. Si nos atenemos al Índice de Equidad de Género (IEG), que calcula la brecha de género en la educación, la participación económica y el empoderamiento político entre hombres y mujeres, la India se despacha con un 37 en una escala de 100. España está en un 81 y Noruega, considerado un modelo, en un 89. La universitaria violada y torturada en un autobus de Nueva Delhi, en el que viajaba con un amigo, Jyoti Singh Pandley, seguro que consta en las estadísticas de mujeres integradas en la educación superior, aunque las circunstancias que rodean la movilidad, por ejemplo, de estas jóvenes no actúen de correctivo de este avance educativo. El hecho de que la renta per cápita no coincida necesariamente con la igualdad de género en muchos países nos debería aleccionar y ser una base suficientemente sólida como para cuestionar la metodología que define la riqueza y el desarrollo de un país. Uganda y Nicaragua, por ejemplo, han conquistado un cierto nivel de igualdad a pesar de que hombres y mujeres viven en la pobreza. En una circunstancia contraria se encuentra Arabia Saudí, por ejemplo.

El milagro económico de la India, que ahora ha dado un traspié con la desaceleración del crecimiento de su PIB, ha fascinado al mundo entero en la última década. Su enganche a las políticas neoliberales, marcadas por la privatización y por la nula consideración hacia el 90% de los trabajadores, enfrascados en labores informales, amplía la desigualdad entre las personas y, de forma radical, entre los hombres y las mujeres. A la India se la bautizó como país emergente mientras la brecha de género seguía precisamente el progresivo cauce de la desigualdad, en el que las féminas eran sacrificadas antes de nacer. El crecimiento del 10,6% del PIB en el 2010 identificó a este gigante asiático, el segundo país más poblado del mundo, entre las maravillas económicas mientras su pequeña clase media urbana hacia de espejo del milagro, que escondía a la mayoría del país, agrícola y empobrecido. En ese caldo de religión y costumbre bullen los matrimonios amañados, con niñas, los crímenes llamados de honor, las dotes que condenan a las familias y los abusos de todo tipo contra las mujeres. Esa es la mayoría y esos comportamientos esclavistas saltan a las ciudades con el trasvase rural a las urbes en busca de una mejor vida.

¿En qué nivel de desarrollo deberíamos situar a un país donde la vida de la mujer tiene un peso tan liviano que cae constantemente de un manotazo? La bandera de los derechos humanos se agitó contra el bloque socialista. Parece que ahora el ambiente se relaja tanto que incluso la falta de ellos se contempla como una ventaja. Y en esta fase de la posmodernidad, las cifras de toda la vida siguen siendo las reinas y los métodos con los que las cocinamos son de la vieja escuela. Así seguimos moldeando gigantes con pies de barro.

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