
Intervención de Roberto Bissio, coordinador de Social Watch, en la sesión inaugural del Foro
de la Sociedad Civil en la Segunda Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social
Doha, Qatar, 5 de noviembre de 2025
Excelencias, amigos y colegas de la sociedad civil:
Permítanme comenzar con una nota personal y algo de información entre bastidores.
Hace 32 años, me encontraba en Oaxaca, México, asistiendo a una reunión de la sociedad civil sobre cómo íbamos a luchar contra las políticas de ajuste estructural impulsadas por el Banco Mundial. Al mismo tiempo, se celebraba en Oaxaca una gran reunión de la ONU sobre la pobreza. El embajador chileno ante las Naciones Unidas, Juan Somavía, que se encuentra aquí con nosotros, acababa de ser nombrado presidente del proceso preparatorio de la Cumbre Social de 1995 y vino a nuestro pequeño hotel para convencer a los líderes de la sociedad civil de que la Cumbre Social podía convertirse en un canal válido para amplificar nuestras demandas.
Escuchamos la invitación y la agradecimos. Hubo mucho debate. Como siempre ocurre en la sociedad civil, no todos estábamos de acuerdo, pero al final participamos masivamente en el proceso preparatorio y en la propia Cumbre de Copenhague. Hubo una gran y colorida multitud de 12 000 personas en el «Foro de ONG 95», celebrado paralelamente en Holmen, una antigua base naval cerca de Copenhague, y la conferencia en sí contó con la presencia de 2300 representantes de 811 ONG, estructurados de manera flexible en torno a muchos grupos temáticos, como el grupo de mujeres, brillantemente dirigido por Bella Abzug, y el grupo de desarrollo, que tuve el honor de copresidir.
Muchas cosas eran diferentes entonces. Teníamos la esperanza de que el fin de la Guerra Fría traería consigo un dividendo de paz que haría posible la erradicación de la pobreza. Teníamos la esperanza que las tecnologías de comunicación que eran novedad entonces abrirían una nueva era de libre flujo de información y propiciarían la responsabilidad de nuestros gobernantes.
Queríamos que la Cumbre aprobara un impuesto internacional sobre las transacciones financieras que pudiera financiar la protección social universal. Queríamos poner fin al «ajuste estructural» y conseguimos un compromiso, uno de los diez compromisos de la Cumbre Social, que tenía por objeto dar a esas políticas un «rostro humano». El término «ajuste estructural» acabó teniendo tan mala reputación que el Banco Mundial decidió cambiarle el nombre, pero no las políticas subyacentes, que ahora se denominan «austeridad».
No conseguimos entonces todo lo que queríamos, pero el último día de la Cumbre decidimos que los compromisos solemnes de acabar con la pobreza y lograr la igualdad de género merecían ser cumplidos.
Social Watch se creó para informar, un año después, sobre cómo nuestros gobiernos y el sistema internacional habían cumplido sus promesas. Año tras año, Social Watch presentó cientos de informes de coaliciones ciudadanas de 85 países a la ONU, y el proceso de investigación y redacción de los mismos ayudó a las organizaciones populares a establecer redes y comprender los complejos vínculos, oportunidades y limitaciones entre lo local y lo global.
El régimen comercial y de inversión que acababa de consagrarse con la creación de la OMC, un año antes de la Cumbre Social, era una preocupación importante, tanto que la CMDS incluyó en su resolución una clara advertencia de que los Estados debían intervenir cuando los mercados fallaran.
El mundo es diferente ahora. No hubo dividendo de la paz y ahora no hay paz. Al eximir a las plataformas digitales de las responsabilidades básicas de cualquiera que utilice tinta y papel para publicar, se permitió, e incluso se fomentó, el florecimiento de una «broligarquía» de multimillonarios que no rinden cuentas a nadie. El odio se propaga sin restricciones y la avalancha de desinformación corre el riesgo de insensibilizarnos a todos, mientras se retransmiten genocidios en tiempo real y el Consejo de Seguridad no actúa.
El cambio climático causa estragos y la pandemia de COVID ha puesto de manifiesto, a través del «apartheid vacunal», el fracaso del sistema actual, en el que la propiedad intelectual se convierte en una mercancía comercializable y no contribuye al bien común.
Durante la pandemia, las mujeres fueron, una vez más, las principales cuidadoras que salvaron vidas y sociedades, muy a menudo sin remuneración ni reconocimiento y arriesgándose a niveles crecientes de pobreza y deudas personales.
Ahora, en Doha, nuestros gobiernos están renovando las promesas que hicieron hace tres décadas y añadiendo nuevos compromisos que acogemos con satisfacción, para reducir las desigualdades, promover los cuidados y el apoyo, que muchos países ya reconocen como un derecho, y garantizar la protección social universal, que es un derecho humano consagrado en la Declaración Universal.
Pero no se nos dice qué harán de manera diferente para lograr un resultado diferente. Como sociedad civil, nos tomaremos en serio estas promesas, denunciaremos y avergonzaremos cuando sea necesario y promoveremos la voluntad política para el desarrollo social, que Doha está reintroduciendo en la agenda de las Naciones Unidas.
Esto es, en esencia, lo que debatiremos en los diez actos del Foro de la Sociedad Civil durante los dos próximos días.
Las nociones de desarrollo social e integración social son fundamentales en la CMDS2, pero no son un concepto nuevo.
Hace siete sigkos, el filósofo, historiador y fundador de la sociología moderna Ibn Jaldún denominaba ese concepto Asabiyyah, que suele traducirse como «solidaridad grupal» o «cohesión social».
Para alcanzar la Assabiyah, escribió en su Muqaddimah en 1377, los requisitos son «… someterse a la verdad, buscar justicia para los oprimidos, humillarse ante los pobres, escuchar las quejas de los necesitados, adherirse a las leyes y al culto, defenderlos y comprenderlos, así como sus razones». Además, escribió: «abstenerse de la traición, el engaño y la perfidia, y de romper pactos y cosas por el estilo. Hemos aprendido que estas son las cualidades de las buenas políticas».
Difundamos aún más esa lección para que la resolución de Doha pueda realmente revivir la esperanza. Aquellos de ustedes que viven cerca de la sede de la ONU saben muy bien hoy en día cuánto poder desencadena la esperanza, superior incluso al poder del dinero.
Muchas gracias.