ATTAC HUNGRÍA
Matyas Benyik
A pesar de haber sido el primer país de Europa Oriental en adoptar las recetas del Fondo Monetario Internacional en 1982 y de que su nivel de desarrollo era superior al de sus vecinos cuando adhirió a la economía de mercado, Hungría es ahora la economía más débil de la región. Las razones para esto son múltiples y han llevado al país a oscilar entre un potencial levantamiento social – si no hay un cambio de dirección – y el colapso total de una economía muy vulnerable. El fantasma del extremismo de derecha acecha en las sombras, alimentado por el descontento popular.
Hungría tiene un sistema parlamentario unicameral dominado por dos partidos: el Partido Socialista Húngaro y la derechista Unión Cívica Húngara. Las instituciones democráticas parecen sólidas y es probable que así permanezcan, a pesar de las políticas partidarias imprudentes, la retórica intolerante, la corrupción de alto perfil, y la radicalización de la Derecha política dirigida a la población de la minoría romaní. La elite política se ha dedicado a la calumnia recíproca y está lista para poner en práctica más reformas de acuerdo a los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI), pero el pueblo resiste duramente, como lo demuestran las protestas que siguieron a la reciente reforma de la atención de salud[1].
La intervención del FMI en 2008 no fue novedosa. Sin embargo, lo diferente respecto a otras crisis fue la respuesta de las instituciones financieras internacionales (IFIs) que apoyaron la estabilización en contra de la histeria sin precedentes de las finanzas privadas transnacionales. Como señala el economista húngaro László Andor[2], ex-integrante de la junta del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo: “un objetivo explícito de la intervención por parte de las IFIs es prevenir la escalada de la crisis social para proteger las estructuras de negocios de la economía húngara, incluido el significativo rol que algunas corporaciones húngaras han adquirido en la región más amplia.”[3]
A mediados de octubre de 2008 se anunció un paquete de crédito de EUR 20 mil millones, basado principalmente en las recetas ortodoxas de estabilización. Además de ayudar a Hungría, el paquete fue un mensaje para la región en su conjunto. Aunque probablemente Hungría fue el único país que adoptó un ajuste procíclico de tal magnitud en este período, el FMI originalmente exigió una mayor reducción del déficit (en octubre de 2008). En abril de 2009, cuando asumió el nuevo Gobierno, el FMI y la UE accedieron a elevar el objetivo del déficit para 2009 de 2,9% a 3,9% del PIB – y a 3,8% para 2010[4].
El mejor alumno
A diferencia de la mayoría de las antiguas repúblicas socialistas, que se unieron al FMI y al Banco Mundial después de 1989, Hungría lo hizo en 1982 y esto la habilitó para impulsar algunas reformas de mercado que sus vecinos aún no habían adoptado. De ese modo, el país se convirtió en alumno modelo del neoliberalismo en Europa Oriental. Sin embargo, no le sirvió para librarse de su enorme deuda externa. Hungría se incorporó al "nuevo sistema” con la deuda per capita más alta, pero a diferencia de Polonia, el Gobierno decidió no aplicar los potenciales esquemas de reducción de la deuda.
A pesar de que Hungría era el más desarrollado de los nuevos estados miembros de la UE, siguió siendo el más vulnerable desde el punto de vista financiero. Al inicio del período de transición, la relación deuda/PIB aumentó en vez de disminuir, y la relación de deuda según los criterios de Maastricht solo se redujo (a aproximadamente 51%) gracias a un período de extraordinaria inversión directa extranjera hacia fines de los 1990[5].
Andor afirma que “hay otras razones por las que Hungría resultó ser el eslabón más débil de la región en la actual crisis financiera internacional”. Puesto que el PIB recuperó el nivel de 1989 recién en 1999, destaca, los sucesivos gobiernos recurrieron a soluciones financieras riesgosas para mejorar la sensación de bienestar. Un gobierno dio rienda suelta a imprudentes esquemas de subsidios para constructores y compradores de viviendas; otro aumentó en un 50% los salarios del sector público. Mientras tanto, un ambicioso programa de construcción vial dotó a Hungría de la mejor red de carreteras de la región, pero al precio de disparar la deuda del Estado[6].
Aparte de la política fiscal, la política monetaria también incidió y contribuyó a la fragilidad fatídica de la economía. El paradigma de la inflación objetivo – que nunca fue pensado para economías pequeñas, abiertas y dependientes del flujo de comercio, la inversión y las finanzas externas – fue adoptado por el Banco Central de Hungría, el Magyar Nemzeti Bank (MNB) en 2001. El MNB no abandonó esta ortodoxia aun cuando los bancos centrales de todo el mundo redujeron reiteradamente las tasas interés en un intento de evitar la recesión en la primavera de 2008. Recién en julio de 2009 el MNB comenzó a bajar las tasas de interés. En enero de 2010, la tasa de inflación subió de 4,2% en 2009 a 6,4%[7].
Asimismo, no se tomaron medidas para reducir la cantidad de préstamos domésticos en moneda extranjera, a pesar de que los observadores internacionales identificaron la excesiva sustitución monetaria como fuente de inestabilidad financiera y de la insostenibilidad del florín. Según Andor, Hungría ha sido el país más golpeado por la deuda en la región desde la segunda mitad de la década de 1970. Por esta razón fue víctima de las dos grandes crisis financieras de los últimos 30 años. Y también por eso se convirtió nuevamente en blanco de las nerviosas especulaciones y los retiros de capital a comienzos de octubre de 2008, a pesar de que el rigor aplicado al presupuesto desde junio de 2006 había mejorado considerablemente el balance fiscal (de aproximadamente 10% a cerca de 3% del PIB)[8]. Andor afirma que “las medidas de austeridad del período 2006-2008 que impusieron enormes sacrificios sociales y que fueron insuficientes para mitigar los errores de los cinco años anteriores en términos de oportunidades de crecimiento desperdiciadas, tampoco mejoraron las condiciones generales, ya que el nivel de la deuda (comparada con el PIB) no se redujo durante le período de aplicación de las medidas de austeridad”.[9]
Desafíos
La crisis financiera representa un desafío complejo para la política económica húngara y para la política en general. El Gobierno enfrenta ahora algunos desafíos importantes y para resolverlos debe:
Como concluye Andor: “la convergencia de la Eurozona estará en el centro de este programa, a pesar de que los ejemplos de Grecia e Irlanda ponen de manifiesto que el euro por sí solo no es suficiente para salvar a un país de la inestabilidad financiera si no se eliminan los desequilibrios fundamentales”.[10]
Según la Oficina Central de Estadísticas de Hungría, en 2009 la cantidad de personas desempleadas era 28% mayor que 2008. La tasa de desempleo subió de 7,9% a 10,1% en un año. La pérdida neta de 98.000 puestos de trabajo implica diversos costos para el Gobierno – tales como menores ingresos, gastos de asistencia social, jubilaciones anticipadas y beneficios por desempleo. Además de los costos adicionales para la sociedad en términos de atención de salud, vandalismo y delitos menores.
En este contexto, algunas de las medidas de austeridad del Gobierno – que afectarán a la mayoría de los principales programas sociales – seguramente empeorarán la situación del empleo. Para dar sólo un ejemplo: los recortes presupuestales a los programas de incorporación al mercado laboral de las personas con discapacidad mental y psicológica dificultarán el entrenamiento de estas personas y limitarán, por lo tanto, sus posibilidades de conseguir empleo.
Servicios públicos y corrupción
La situación no es diferente para tres de las principales empresas de transporte público, la Empresa de Transporte de Budapest, el ferrocarril estatal y las aerolíneas húngaras. A su situación próxima a la bancarrota y a la imposibilidad de funcionar si no reciben fondos externos se agrega, en el caso de las dos últimas, la pésima gestión y las administraciones corruptas. Cortar la ayuda financiera sería desastroso.
A nivel local, las municipalidades se encuentran en situaciones similares. Algunas ya se declararon insolventes, otras se han visto forzadas a endeudarse para poder brindar los servicios básicos y otras ya no pueden cumplir con los servicios por falta de fondos.
Además, pese a los continuos esfuerzos del parlamento para darle al país un marco legal que posibilite la lucha contra la corrupción de más alto nivel, de acuerdo a los estándares internacionales, poco ha cambiado en este aspecto[11]. No se ha avanzado significativamente en las investigaciones de los antiguos escándalos y con regularidad surgen nuevos casos. El flagelo de la corrupción está mucho más extendido en Hungría que en el resto de los países de la UE.
La economía
El principal problema de la economía en la actualidad es su excesiva dependencia de las importaciones. No sólo no se han tomado medidas para cambiar esta situación, sino que se ve favorecida y reforzada por el valor inusual e injustificado del florín, la laxitud de los impuestos y la existencia de incentivos a la importación, todo lo cual conspira contra la competitividad de la producción nacional.
Otro aspecto complejo e insondable que el país no ha sido capaz de superar y que dificulta, o casi imposibilita, la tarea de sobreponerse de la crisis económica son las altísimas tasas de interés. En este sentido, el FMI juega un papel central. Cada vez que el Gobierno intenta bajar las tasas de interés, el florín se debilita rápidamente hasta niveles alarmantes, que obligan al MNB a subir nuevamente los valores. Por eso, la economía húngara ha funcionado como amplio fondo de reserva para los inversores extranjeros que buscan garantías de alto retorno, lo que ya no sucede en sus propios países.
Una forma en la que el Gobierno puede evitar la especulación monetaria y el aumento excesivo de las tasas de interés es el establecimiento de cierto grado de control sobre los flujos de entrada y de salida de capital extranjero. Sin embargo, el FMI, al que el país debió recurrir para superar la bancarrota, ha prohibido tradicionalmente esas medidas por restrictivas de la libertad económica[12]. La amenaza de una devaluación repentina de la moneda – con consecuencias desastrosas para los ahorros y los valores de la propiedad y que aumentaría dramáticamente la pobreza – ha llevado al país a un callejón sin salida.
La estabilidad de los precios, esencial para que una economía funcione eficientemente, no existe en Hungría. Es muy preocupante el aumento de los precios de la electricidad y el gas natural que, sumado a la baja de los ingresos, ha provocado que muchas familias dejaran de pagar estos servicios – a pesar de las facilidades crediticias ofrecidas por las empresas de servicios públicos, que intentan mantener el suministro.
El riesgo del descontento
Dos de las consecuencias más visibles de este estado de situación son la enorme impopularidad del gobierno socialista actual y el rápido crecimiento del sentimiento anti-multinacional entre la población[13]. Con la presión en aumento en cada sector de la sociedad, parece inminente un estallido social. Sin embargo, esto no implica que la población pondrá en marcha una movilización repentina que oblige al Gobierno a abandonar las directivas de FMI ni que se introduzcan reformas de estímulo económico (abundan los ejemplos de países que han impuesto las directivas del FMI a pesar de las protestas e incluso de los levantamientos populares).
Entre los húngaros, la inseguridad económica ha llevado a la apatía por un lado y al extremismo por otro – como se manifiesta, por ejemplo, en el crecimiento del partido de ultra derecha Jobbik. Actualmente se encuentran en Hungría los casos más extremos de grupos emergentes de derecha y una fuerte tendencia al revisionismo histórico que recuerda con nostalgia los tiempos de los movimientos fascistas y sus símbolos.
La intolerancia de grupos minoritarios y las tendencias radicales de la derecha se intensificaron desde 2006. Hubo agresiones contra los romaníes, que incluyen la muerte de seis personas y varios ataques armados. La Guardia Húngara – un movimiento abiertamente xenófobo, antisemita y anti-romaní, con vínculos cercanos con el Jobbik – continúa reclutando miembros y fortalece su sistema de autodefensa contra lo que llaman "criminalidad gitana" a pesar de haber sido disuelta y prohibida por la corte Metropolitana de Budapest en 2008.
[1] Este informe fue preparado en febrero de 2010. En las elecciones parlamentarias realizadas en abril el Gobierno socialista fue derrotado, el partido de extrema derecha Jobbik ganó fuerzas y la Unión Cívica Húngara (Fidesz) alcanzó una victoria aplastante. El nuevo gobierno prometió muchos cambios, pero una vez en el poder ha seguido la agenda neoliberal y los dictados del FMI y de la UE.
[2] En febrero de 2010, László Andor se convirtió en el nuevo Comisionado de la UE responsable de Empleo, Asuntos Sociales e Inclusión.
[3] Lázló Andor, “Hungary in the Financial Crisis: A (Basket) Case Study,” Debatte: Journal of Contemporary Central and Eastern Europe 17, Nº 3 (2009). Disponible en: <www.informaworld.com/smpp/content~content=a917910016?bios=true&db=all#b917910016>.
[4] Ibid.
[5] La deuda según los criterios de Maastricht se determina por procedimientos de déficit excesivo. Su relación con el PIB es uno de los criterios por los cuales se evalúan las finanzas públicas en los estados miembros de la UE. Consultar: L. Andor, “Hungary’s boomerang effect,” The Guardian, 29 de octubre de 2008. Disponible en: <www.guardian.co.uk/commentisfree/2008/oct/29/creditcrunch-eu>.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Andor, “Hungary in the Financial Crisis: A (Basket) Case Study,” op. cit.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11] Uno de los casos más notorios implicó al director del MNB y al actual Primer Ministro, Gordon Bajnai, quienes transfirieron gran parte de sus fortunas a cuentas en paraísos fiscales.
[12] Recientemente el FMI ha reconocido las ventajas de cierto control del capital, pero esto no beneficiará a Hungría.
[13] El concepto de que no todo debe estar en manos privadas fue expresado con claridad en la sureña ciudad de Pecs, donde la municipalidad tomó el control de las plantas depuradoras de agua, cerrándole el paso a la empresa francesa Suez.
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