Justicia climática para todos ¡Ya!

CNCD-11.11.11
Nicolas Van Nuffel

Las políticas medioambientales vigentes en Bélgica dejan mucho que desear. El país  enfrentará en el futuro inmediato importantes desafíos relacionados con el cambio climático –entre ellos el aumento de las temperaturas y la severa modificación de la distribución anual de las lluvias – pero no toma en cuenta  los compromisos asumidos por la comunidad internacional. El diálogo entre las tres regiones del país, el sector industrial y la sociedad civil sufre de una severa parálisis, que sólo podrá ser superada a través de fuertes campañas de sensibilización ante los urgentes problemas que amenazan al medioambiente y ponen en peligro el bienestar de la sociedad.

Entre 1993 y 1997 Bélgica instituyó un Consejo Federal para el Desarrollo Sostenible,  integrado por representantes de los patrones, los sindicatos,  diversas ONGs y la comunidad científica[1], a la vez que el conjunto de los ministros federales y los distintos gobiernos regionales están representados también en calidad de observadores. En el marco de una sólida tradición de concertación social, a Bélgica le falta, sin embargo, dar el paso entre la mecánica institucional y la puesta en práctica efectiva de una política voluntarista en pos del desarrollo sostenible.

Un ejemplo claro de ello es el desafío del cambio climático, que trae aparejadas consecuencias económico-sociales y medioambientales de notable importancia. Si bien podría argumentarse que el impacto del calentamiento global afectará en menor medida a Bélgica que a los países en desarrollo o con economías más débiles, es a la vez innegable que sus consecuencias no serán en absoluto insignificantes. Estas, de hecho, van a depender de la magnitud, de la orientación y de la velocidad con que se pongan en práctica las medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y para combatir los efectos de los cambios en curso. 

Calor, lluvia, extinción y desigualdad social

Según un informe codirigido por el profesor van Ypersele, vicepresidente del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (GIEC), y por Philippe Marbax, las temperaturas en Bélgica podrían aumentar hasta 4,9°C en invierno y 6,6°C en verano en el transcurso del sigo XXI[2]. Esto traerá importantes consecuencias sobre el medio ambiente, entre ellas una importante pérdida de biodiversidad[3]. En cuanto al impacto sobre los recursos hídricos, “las proyecciones de la evolución de las precipitaciones, de aquí a fines del siglo XXI, muestran un aumento entre el 6 y 23% para el invierno y una (disminución) para el verano (…) que alcanzaría el 50 %” [4].

Estas perturbaciones pluviométricas podrían tener graves consecuencias para la economía del país, entre ellas las vinculadas a la multiplicación de fenómenos extremos tales como inundaciones y sequías. Además, estas catástrofes, asociadas al aumento de las temperaturas, tendrán profundo impacto en la salud de la población; en efecto, la multiplicación de las olas de calor aumentaría la mortalidad y la morbilidad del país [5].

Lecciones de Fukushima
El desastre nuclear de Fukushima, Japón – el más importante desde Chernobyl –, que siguió al terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011, llevó a algunos gobiernos a lo largo del mundo a repensar sus programas de generación de energía nuclear. Siguiendo los pasos de Alemania, que decidió un progresivo abandono de su programa nuclear entre 2011 y 2020, el Gobierno de Bélgica anunció que contaba con reducir significativamente para 2015  la generación de energía nuclear.
El compromiso incluyó la clausura de dos reactores en la ciudad de Doel y otro en la central atómica de Tihange. Estas tres unidades se cuentan entre las más vetustas entre las plantas operativas del país. Los reactores restantes serían gradualmente cerrados a lo largo de un período de 10 años, alcanzando el cese total de la producción de energía nuclear en 2025.
Las fechas propuestas, sin embargo, fueron calificadas de “flexibles” por la actual administración. A la vez, mientras los objetivos de clausura no sean alcanzados, el Gobierno propone considerar a la energía nuclear una fuente “provisoria” de abastecimiento, manifestando su compromiso de ahondar los esfuerzos en cuanto al desarrollo y puesta en práctica de fuentes alternativas de energía. Se ha mencionado también la posibilidad de disponer un sistema impositivo que cargue más pesadamente a la energía nuclear, como manera de potenciar la investigación de fuentes alternativas[11].

Bélgica dispone a priori de los medios necesarios para enfrentar estas consecuencias negativas, sobre todo porque otros efectos de índole positiva podrían – en parte – compensar la magnitud de los daños. Por ejemplo, se espera un aumento de la productividad agrícola, especialmente en el caso de algunos cultivos (incluido el trigo), siempre y cuando las temperaturas no se vean incrementadas en más de 3°C[6]. Sin embargo, no toda la población está en las mismas condiciones para enfrentar estos cambios: “El impacto real de los cambios climáticos sobre la salud de una población depende fundamentalmente de su vulnerabilidad, la que a su vez depende enormemente del nivel de vida, del acceso a la salud y de la capacidad de esa población para adaptarse a nuevas condiciones climáticas” [7] .

De todas formas, el calentamiento global no es el único desafío medioambiental que afrontará Bélgica en el futuro cercano. Dado que los recursos energéticos domésticos están limitados a la energía nuclear y al pequeño (pero en crecimiento) sector de fuentes de energía renovables, Bélgica se ha vuelto extremadamente dependiente de la importación de combustibles fósiles, por ejemplo gas natural importado de Holanda, Noruega y Argelia[8]. Por esta razón, el impacto del agotamiento de estos recursos podrá hacer trepar los precios de la energía hasta niveles insoportables para las poblaciones con menor poder adquisitivo.

El obstáculo de la complejidad institucional

El desarrollo sustentable no puede analizarse fuera de una perspectiva internacional. La Cumbre de Río 1992 sobre el Cambio Climático estableció el principio de las responsabilidades compartidas pero diferenciadas entre los países más industrializados y contaminantes y los menos desarrollados. Bélgica, que integra la lista de países que deben reducir sus emisiones de gases de invernadero, ni ha dejado de emitir alarmantes cantidades de estos gases ni tampoco  ha instituido programas de reducción de estas emisiones. De hecho, en el debate europeo sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero para después de 2012, Bélgica parece verse paralizada por el desafío. Mientras que una serie de países de la Unión Europea se pronunció a favor de pasar unilateralmente hacia una reducción del 30% de los gases de efecto invernadero, Bélgica, por su lado, no ha tomado aún ninguna decisión clara.

Con respecto a esto, la complejidad institucional de Bélgica no es un factor positivo. Dado que el medio ambiente es un tema compartido entre el Estado federal y las regiones (Flandes, Valonia y Bruselas), estas cuatro entidades deben llegar sistemáticamente a un acuerdo para poder sostener una postura en los debates internacionales. Ahora bien, en cuanto al problema concreto de la reducción de emisiones, la falta de acuerdos redunda en la implementación de vetos de facto ejercidos contra las propuestas que desean al menos adelantar en el debate y asumir los compromisos con seriedad.

Bélgica se mantiene entonces en una actitud expectante en los debates internacionales y europeos sobre las reducciones de las emisiones de gases de invernadero, contribuyendo de esta manera a mantener a la totalidad de Europa por debajo de los compromisos recomendados por la comunidad científica.

Por desgracia, la sociedad civil belga no es unánime a la hora de exigir la aceptación de esas recomendaciones. Es así que la Federación de Empresas de Bélgica (FEB) está ejerciendo un lobby intenso contra cualquier intento de revisión unilateral al alza de los compromisos de Europa y, por ende, de los de Bélgica. En un aviso publicado poco antes de la Conferencia de Cancún, la FEB estimaba lo siguiente: “Europa está sola con sus compromisos unilaterales de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es obvio que esto tiene un impacto negativo sobre la competitividad. (…) A esta altura, el mundo empresarial belga no favorece continuar con  el objetivo de reducción a -30% porque las condiciones definidas por la UE no están dadas[9].”  

¿Pero es verdad que esas condiciones no están dadas? Un estudio del Climate Action Network-Europe publicado en febrero de 2011 muestra que Bélgica podría perder sumas importantes si Europa se rehusara a pasar  al 30% de reducción de las emisiones. Se perderían así
USD 2.800 millones en ingresos por remate de derechos de emisión, así como USD 1.260 millones de ahorro en salud[10].

Además, invertir en la transformación del modelo económico y energético de Bélgica redundaría también en un impacto positivo a largo plazo sobre la economía belga. Está claro que esta transformación exigiría ajustes para algunos sectores que emiten muchos gases de efecto invernadero, tales como la siderurgia o la industria automotriz, y que esos ajustes deberán acompañarse de fuertes medidas sociales,  pero son insoslayables.

La resistencia al cambio

Los cambios climáticos y las medidas para enfrentarlos son entonces un muy buen indicador del compromiso de Bélgica en la vía del desarrollo sostenible. No son, sin embargo, los únicos, ni mucho menos. Las medidas a favor de mejorar el acceso a la vivienda y el volver a desarrollar los transportes públicos son aspectos mayores que hay que poner en marcha. Son manejados en forma conjunta por los movimientos sociales y medioambientales, pero tardan en tener respuesta desde las esferas de decisión política. Esas medidas, además, contribuirían al bienestar colectivo de la humanidad reduciendo las emisiones contaminantes, especialmente los gases de efecto invernadero, y permitirían luchar contra las desigualdades reduciendo los costos para los usuarios de bajos ingresos y desarrollando una oferta de calidad para los transportes alternativos al automóvil.

Las propuestas no son lo que falta en las mesas de los responsables de la toma de decisiones, y Bélgica es terreno de muchas colaboraciones entre movimientos norte-sur, ONG medioambientales, movimientos campesinos y sindicatos para desarrollar alternativas al modelo actual. Sin embargo, hay que constatar que la resistencia al cambio es aún muy fuerte en muchos sectores de la sociedad. Es por eso que no alcanza con interpelar a los responsables de la toma de decisiones, sino que se vuelve necesario desarrollar campañas dirigidas al público en general. Estas deben permitirle tomar conciencia del impacto social y medioambiental de sus comportamientos y mostrarle que un modelo alternativo de desarrollo es posible. Este modelo debe definirse aún, pero está claro que deberá ser más respetuoso de los derechos de la población, así como también de los de las poblaciones de los países menos favorecidos. Es por eso que en 2011 se lanzará una campaña, que reúne a ONG y sindicatos, para reforzar esta toma de conciencia en todos los sectores de la población bajo la consigna “¡justicia climática para todos!”.

[2] Philippe Marbaix y Jean-Pascal van Ypersele, Impact des changements climatiques en Belgique (Bruselas: Greenpeace, 2004), < www.astr.ucl.ac.be>.

[3] Ibid.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Comisión Europea, Belgium Energy Mix Fact Sheet, <ec.europa.eu>

[9] Federación de Empresas de Bélgica, Política climática internacional y europea: situación del asunto y desafíos actuales, Bruselas: 21 de octubre 2010, <vbo-feb.be>.

[10] Climate Action Network Europe, 30%. Why Europe Should Strengthen its 2020 climate action. Bruselas: febrero de 2011.

[11] Jonathan Benson, “First Germany, now Belgium: nuclear energy to be phased out b 2015”, Natural News, (November 4, 2011), <www.naturalnews.com/034059_nuclear_energy_Belgium.html>.