BOLIVIA
LA HORA DE LA VERDAD
Javier Gómez y Gustavo Luna1
Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA)
El país ha visto pasar un ciclo de crecimiento mundial y no supo aprovechar el aventón para acompasar a ritmo propio. Ahora que la crisis global se profundiza, la economía boliviana apenas se enteró de que hubo auge, y ya lo mira de lejos. Estas tendencias expresan el escaso efecto distributivo de los procesos económicos recientes. En Bolivia, por otra parte, la reacción del empresariado ante la crisis es impulsar negociaciones desiguales cuyos efectos caigan sobre las espaldas de los trabajadores, reduciendo beneficios y salarios y aumentando los despidos.
El primer resultado de la crisis económica mundial ha sido el sinceramiento sobre la verdadera capacidad del sistema capitalista para desarrollar procesos sostenidos de mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y sus hogares. Este hecho, que ahora se manifiesta de manera más palpable en los países más ricos del planeta –el epicentro del último terremoto financiero–, ha sido más persistente en la periferia subdesarrollada.
Bolivia es un testimonio fehaciente de esta sistémica incapacidad del capitalismo, de persistencia estructural, es decir, anterior a esta última manifestación de la crisis del capitalismo. En este sentido, la temprana inserción de Bolivia en el mercado mundial como proveedor de materias primas no pudo ser modificada durante casi 200 años de vida republicana y esto la ha maniatado, de forma permanente, a una vulnerabilidad estructural. Por ello, el país no aprovecha adecuadamente los ciclos económicos expansivos, mientras que los “episodios” críticos sólo hacen que su vulnerabilidad ante los shocks externos sea más evidente.
La crisis
La actual crisis económica mundial no es un “episodio grave” más, producto de la falta de regulación en los mercados financieros; se trata de una crisis sistémica expresada en la totalidad del capitalismo y en todos los ámbitos de la producción (energético, alimentario, ecológico, social y cultural), que trae a colación las contradicciones internas relativas a la sobreproducción, la tendencia estructural a la caída en la tasa de ganancia y una depresión general en el consumo, resultado de la necesidad de extraer más ganancia a través de una mayor explotación de la fuerza de trabajo. Con ese telón de fondo, es más fácil comprender la “irracionalidad” en torno a la especulación financiera, que fue la salida, en el capitalismo monopólico, para obtener ganancias extraordinarias en la circulación del capital, en un contexto mundial de profundización de la liberalización del mercado financiero.
Esta es una crisis profunda, que vino para quedarse por un largo tiempo. Ya ha desnudado la terrible fragilidad de las economías subdesarrolladas, que son una muestra del carácter propio del desarrollo capitalista, es decir, economías fuertemente concentradoras de las ganancias, desiguales entre países y dentro de ellos.
Esta característica se manifiesta en Bolivia en el magro desarrollo de su base industrial, con una fuerte concentración de la riqueza y una amplísima mayoría de hogares persistentemente inmersa en la precariedad. En oposición, se ha desarrollado un sector primario exportador fuerte, con presencia importante de capitales transnacionales, que ha tenido su auge en estos últimos siete años en torno a la exportación de gas y minerales, fundamentalmente.
Detrás del espejismo
En tanto la economía mundial se recuperaba luego de la “crisis asiática” de 1999, el comercio se expandió rápidamente y creció la demanda de materias primas. La economía boliviana creció en los últimos cuatro años (2005–2008) a un ritmo promedio cercano al 5%. Lo anterior responde al incremento de su valor de exportaciones por efecto de los extraordinarios precios de materias primas (minerales e hidrocarburos, esencialmente). La administración del presidente Evo Morales catalogar de exitosa su política económica pos-neoliberal. Sin embargo, países como Perú, con una política económica fiel al neoliberalismo, mostraba tendencias mayores en el crecimiento de su producto y sus exportaciones. De hecho, el auge económico escondía múltiples deficiencias estructurales.
El desempeño de algunos indicadores sociales no acompañó al de los macroeconómicos. Por ejemplo, la reducción de la pobreza en la región fue rápidamente neutralizada por la fuerte subida de los precios de los alimentos, aspecto que impactó severamente en los pauperizados ingresos de los hogares pobres que destinan gran parte de los mismos a su dieta.
Sobre esta realidad asomó otro espejismo: el envío de las remesas generadas por los trabajadores y trabajadoras emigrantes, que en Bolivia alcanzó dimensiones importantes durante 2007 y 2008 (superaron los USD 1.000 millones, algo más del 6% del PIB)2. Este hecho contribuyó a la ampliación del consumo de los hogares y un impulso al crecimiento de sectores como la construcción y los servicios3.
Sin embargo, la sostenibilidad de las remesas siempre pendió de un hilo, y su fragilidad fue más evidente cuando los países de la Unión Europea comenzaron a implementar “directivas de retorno” ya a inicios de 2008, cuando la crisis no asomaba todavía. Este proceso se aceleró fuertemente a partir de septiembre de ese año, cuando la crisis golpeó la construcción, manufactura y servicios personales, sectores que empleaban a la mayoría de estos trabajadores.
El retorno de los trabajadores emigrantes significa una presión adicional para el mercado de trabajo boliviano, que ya está asolado por la subocupación, y promoverá aún más la depresión de los salarios por la sobreoferta de fuerza de trabajo, el incremento de la tasa de desempleo abierto y el empeoramiento de las condiciones de trabajo.
Los ingresos, ese talón de Aquiles
El ingreso per cápita de los bolivianos aumentó 34,3% entre 2002 y 20074; esto hizo que, para la cooperación internacional, Bolivia pasase de ser un país de ingresos bajos a uno con ingresos medios; sin embargo, la persistente desigualdad en la distribución del ingreso impidió que la mayor parte de la población se beneficiara del crecimiento, como se desprende del comportamiento de los salarios y el empleo, entre otros indicadores.
Como consecuencia de la fuerte desigualdad distributiva, la pobreza sigue afectando al 60% de la población, aumentando incluso la pobreza extrema de 36,7% a 37,7% entre 2005 y 2007. En las áreas rurales, donde los niveles de pobreza son extremos, el Índice Gini no solamente es muy elevado, sino que aumentó de 0,62 a 0,645.
Estas tendencias expresan el escaso efecto distributivo de los procesos económicos recientes. Una vez más, queda en evidencia que el efecto rebalse del crecimiento económico es una falacia. En ausencia de políticas públicas efectivas que promuevan una mejora en el acceso a recursos productivos, para que la prosperidad económica sea disfrutada por una mayoría se requiere generación de empleos de calidad, buenos salarios, acceso a los recursos productivo y otros ingresos derivados del trabajo.
De esta manera, la relación entre la expansión del producto y el empleo muestra que, en el período comprendido entre el 2001 y 2004, donde se registró un crecimiento promedio moderado de 3,1%, el empleo creció a una tasa similar con una productividad nula, lo cual significa que esta expansión se produjo a expensas de la calidad. En el área urbana se observa esta misma tendencia. Durante el período 2004-2007, la producción creció aceleradamente, a un ritmo anula promedio de 4,5%. También creció el empleo, a un 3,9% anual, pero por debajo del ritmo de expansión del producto (4,5%), con una ganancia de 0,7% en la productividad. Esto equivale a decir que, si bien se generaron más empleos, todavía se concentraban en los de más baja calidad. Esta tendencia es la misma en las áreas urbana y rural.
2008: una vez más el auge minero
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), durante 2008 el PIB de Bolivia registró un extraordinario crecimiento de 6,15%. Similar crecimiento no se registraba desde 1976, cuando la tasa alcanzó a 6,1%. El auge de demanda y precios internacionales altos hizo que en 2008 el PIB minero creciera excepcionalmente, de 9,98% en 2007 a 56,26% en 2008, por encima de las otras actividades económicas del país, que crecieron en promedio 4,33%; su incidencia se incrementó de 0,41% a 2,41%, y la participación en el PIB de 5,81% a 8,55%6.
Y ello se explica no por un robusto sector minero que tiene a varias empresas compitiendo por exportar más, sino por la operación de una sola empresa con capital transnacional. El Proyecto Minero San Cristóbal (PMSC) fue el factor principal que explica este crecimiento: en el valor de producción de minerales del país, el PMSC representó el 40,7%. De esta manera, la tasa de crecimiento del PIB sin el PMSC hubiera llegado apenas a 5,13%; es decir, sin este proyecto, Bolivia no hubiese batido el récord de 1976. Además de la concentración, lo que quedó en el país por impuestos representó un valor mínimo del total de la producción de minerales: en 2008, de USD 2.011 millones, que representa el valor total de la producción minera, sólo USD 94,14 millones – apenas un 4,64% del total – quedaron en las arcas fiscales7.
Los grandes afectados por la crisis y la reducción de los precios de los minerales, no son precisamente las empresas como el PMSC, sino la minería chica y cooperativizada, que emplea a la gran mayoría de la gente y que presiona sobre las vetas y yacimientos con formas atrasadas en la organización del trabajo, repitiendo círculos viciosos de precariedad y bajos salarios.
Conclusión
La hora de la verdad ha llegado. Ha pasado un ciclo de crecimiento mundial y Bolivia simplemente lo ha visto pasar, dejándose llevar por su inercia, pero sin aprovechar el aventón para poder caminar a ese ritmo con capacidades propias. Eso, en el capitalismo reinante aparenta ser nada más que una quimera, pues sus ciclos de crecimiento sólo reproducen el orden vigente, con integraciones desiguales. Cuando la crisis global empieza a escribir lo peor de su reciente historia, la economía boliviana apenas se ha dado cuenta de que hubo auge. Y ya lo mira lejano.
No obstante, frente al advenimiento del coletazo en el país de la crisis global, la reacción del empresariado a las caídas de sus ganancias extraordinarias pasa por promover negociaciones desiguales, cuyo objetivo es la reducción de beneficios y salarios de los trabajadores, junto con el incremento de los despidos. Mientras se esfuerzan por colocar el peso de la crisis sobre la espalda de los trabajadores, invierten igual energía para que los honorarios, las primas y otros mecanismos de beneficios para los propietarios no sean tocados o se incrementen.
A la gran mayoría de trabajadores eventuales y “autoempleados” sólo les resta esperar que el Gobierno cree otro bono que ayude a paliar de algún modo sus necesidades básicas.
1 Javier Gómez es economista y director ejecutivo del CEDLA. Gustavo Luna es comunicador y coordinador general del CEDLA
2 Banco Central de Bolivia. Memoria 2008. La entidad oficial reporta que, en 2008, las remesas familiares alcanzaron USD 1.097,2 millones, un incremento de 7,5% respecto de 2007. Esa cifra significó un 6,4% del PIB. Pág. 87.
3 De acuerdo con el INE, en 2007 la incidencia del gasto de consumo final de los hogares representaba un 2,98% respecto del PIB, creciendo a un 3,91% en 2008. Esta cifra es superior a la alcanzada una década atrás (1998).
4 Escóbar, Silvia. Desempleo, condiciones laborales e ingresos. Mimeo. CEDLA, 2009.
5 Ibid. Para los fines de comparación, en 2006, el Índice de Gini en Argentina era de 0,519, en Chile 0,517 y solamente Brasil con 0,593 superaba al que se estima para Bolivia. Todos ellos son países de ingresos medios, por el indicador del ingreso per cápita.
6 Guachalla, Osvaldo. “Bolivia: el Producto Interno Bruto creció en 6,15%”. Mimeo. CEDLA. Mayo de 2009.
7 Ibidem.