Equidad de género: acatar no es cumplir

Author: 
Gustavo Alzugaray
Introducción
Una buena forma de comprender la idea de inequidad de género en una sociedad es referirlo a la existencia de una estructura de oportunidades que, en determinadas circunstancias, dificulta –y en algunos casos impide– la libre actuación de las mujeres, de acuerdo a sus deseos o voluntad y en pie de igualdad con los hombres.

Tal estructura de oportunidades no tiene por qué ser –de hecho, en muy pocos países lo es– una cuestión legal que limite las libertades y los derechos de las mujeres al uso y disfrute de los bienes y servicios de la sociedad. Tampoco significa que estén legalmente impedidas de acceder a los medios de producción, a la educación o a los procesos de toma de decisiones administrativas, políticas o económicas.

En los hechos, sin embargo, la posibilidad de acceder a estos bienes, servicios y puestos de incidencia no es igual a la de los hombres. Y, aunque dibujando un amplio espectro de matices y grados, tal desigualdad está presente en todos los países del mundo.

Las tres brechas.

Educación: mejor pero aún desigual.

El IEG mide la brecha de género en educación a partir del análisis de cuatro tasas –alfabetización y matriculación en enseñanza primaria, secundaria y terciaria– cuyos valores se toman de las bases de datos de la Unesco.

Aunque es en educación donde la brecha de género ha disminuido más, no hay un país en el mundo que haya logrado la equidad. Además, el estudio de la evolución revela que en más del sesenta por ciento de los países la situación ha empeorado –en la tercera parte de los casos en forma severa– respecto a años anteriores.

Las regiones más deficitarias en cuanto a equidad en la educación son África subsahariana y Asia meridional.

Actividad económica: depende del lugar.

Los dos indicadores evaluados para estudiar la brecha en actividad económica surgen también de las bases de datos de la Unesco. En este caso se analiza la tasa de actividad económica y la estimación de ingresos percibidos.

El IEG 2009 muestra un proceso de polarización geográfica por el cual casi el cuarenta por ciento de los países mejoraron su situación –a partir de mayor participación de las mujeres en el mercado no agrícola y emparejamiento de los niveles salariales con respecto a los de los hombres–, mientras que el resto la empeoraron. Gran parte de estos últimos están, nuevamente, en África subsahariana.

Empoderamiento: el debe mayor.

La brecha de género en empoderamiento se mide a partir del estudio de los porcentajes de mujeres en cargos técnicos, de dirección y gobierno, parlamentarias y en cargos ministeriales, valores que se obtienen de las bases de datos de la Unesco e Inter-Parliamentary Union.

En este rubro se manifiestan las mayores inequidades en todo el mundo. Si bien hubo leves avances en algunos indicadores –mujeres profesionales, legisladoras, altos funcionarios y directivos–, en otros –como cargos ministeriales– los retrocesos fueron alarmantes.

Estas evoluciones divergentes podrían estar asociadas a los avances en educación que influyen sobre los niveles de participación de las mujeres en los ámbitos de decisión de forma diferente, según se trate de designaciones directas para cargos de gobierno –por ejemplo, ministerios– o conquistas individuales de lugares de incidencia –por ejemplo, mujeres profesionales o legisladoras.

En este sentido, los aspectos culturales juegan un rol mayor a la hora de sostener las situaciones de inequidad y son –desde el momento que operan reconociendo la pertinencia de los mandatos legales, pero a la vez eludiéndolos– los más difíciles de combatir.

Esta realidad de facto, instalada incluso allí donde la igualdad de oportunidades para todos los integrantes de la sociedad está expresamente garantizada por la Constitución, vuelve extremadamente complejo, también, su análisis y medición.

 
El Índice de Equidad de Género
Una buena herramienta para el mejor entendimiento de estas inequidades es el Índice de Equidad de Género (IEG) desarrollado por Social Watch –una red social internacional con miembros en más de sesenta países en todo el mundo, comprometida con el combate a la pobreza y sus causas, con el fin de asegurar una distribución equitativa de la riqueza y la realización de los derechos humanos–. La versión completa del IEG, que se publica anualmente, está disponible en: www.socialwatch.org/node/11561. Se trata de un instrumento que permite, además de observar una fotografía de la situación en un momento determinado, seguir la evolución de los países y regiones en el tiempo.

Esto es posible gracias a que el IEG clasifica países y regiones de acuerdo a una selección de indicadores relevantes a la inequidad de género –en las dimensiones educación, participación económica y empoderamiento– a partir de información disponible y comparable a nivel internacional.

El IEG está pensado para dar cuenta de cualquier situación en la que las mujeres se vean relegadas respecto a los hombres en las tres dimensiones referidas. Esto quiere decir que no mide condiciones absolutas de acceso de las mujeres a la educación, de participación económica o de empoderamiento, sino la brecha de género existente en esas materias. Así, por ejemplo, un país en el que sólo el diez por ciento de las mujeres y el once por ciento de los hombres estuvieran alfabetizados tendría un mayor puntaje de IEG que otro en el que los porcentajes de alfabetización fueran ochenta por ciento para las mujeres y noventa por ciento para los hombres.

 
La inequidad hoy
El IEG 2009, que analiza la situación de 156 países, fue lanzado el 9 de marzo en Nueva York, en ocasión de la 54ª Sesión de la Comisión sobre el Estatus de la Mujer de las Naciones Unidas y el Día Internacional de la Mujer, celebrado el día anterior.

El primer dato relevante es que mientras los países y regiones que se encontraban en mejor situación relativa en cuanto a la equidad de género continuaron mejorando, aquellos donde la situación venía siendo más crítica –es decir, donde más se los necesitaba– no se registraron avances.

Como consecuencia directa de esto creció la brecha que separa las realidades más y menos equitativas. Parece claro, a partir de esta información, que el punto desde el que parten los países y regiones es determinante a la hora de combatir la inequidad de género. Incluso más que otras condiciones objetivas que podrían, a priori, considerarse más relevantes, como situación geográfica, desarrollo económico o nivel de ingresos.

He aquí otra conclusión que puede sacarse a partir del análisis de los datos del IEG 2009: el bajo nivel de los ingresos o la pobreza relativa de un país es una muy mala excusa para la inequidad de género. En este sentido, el mejor ejemplo lo constituye Rwanda, un país con muy bajos ingresos, ubicado en una de las regiones más pobres del mundo y que, sin embargo, no sólo se ha mantenido entre los países más equitativos desde hace años, sino que en 2009 subió del quinto al tercer lugar del IEG, desplazando a Alemania y Noruega, siendo superado sólo por Suecia y Finlandia.

Esta realidad no es, desde luego, producto de la casualidad. Por el contrario, está asociado a la implementación de políticas concretas –incluyendo leyes de discriminación positiva– que el Estado viene llevando adelante desde hace años y que, al igual que sucedió con los países escandinavos antes, determinan su privilegiada situación en cuanto a equidad de género.

La dimensión empoderamiento es la que mejor refleja la independencia de los problemas de inequidad respecto de las situaciones económicas, de desarrollo o de niveles de ingreso de un país o región. Es que, con excepción de América del Norte, todas las demás regiones tienen países con valores de empoderamiento muy bajos. República Checa, por ejemplo, llega apenas a cincuenta y tres puntos en cien y Japón a cincuenta y nueve.

 
En resumen
Más allá de la información estadística que aporta el IEG 2009 –pero a partir de ella– surgen al menos tres conclusiones importantes:
  • Los niveles de ingreso, la situación económica y los grados de desarrollo no deben usarse como excusa para justificar situaciones de inequidad de género. Más riqueza no significa mayor equidad.
  • El caso de Rwanda prueba que –como ya pasó con los países escandinavos– el papel del Estado es esencial a la hora de fomentar la equidad de género. Las políticas que presionan sobre la realidad –incluyendo las leyes de discriminación positiva– generan ambientes favorables. Pero no es suficiente.
  • El hecho de que los países que se encontraban en mejor situación relativa hayan sido los que más avanzaron, y aquellos más atrasados los que permanecieron estancados, muestra que el punto de partida es determinante a la hora de combatir la inequidad.

Uniendo los tres puntos queda claro que, si el esfuerzo requerido es mayor al comenzar la carrera hacia la equidad y disminuye cuando la situación mejora, es indispensable que el Estado asuma e interprete su papel sin vacilaciones. Pero no se trata de fomentar el crecimiento económico, los niveles de ingreso y el fortalecimiento de las instituciones para, luego, elaborar políticas “generosas” hacia las mujeres. Hay que pensar un nuevo paradigma que sea, desde su concepción, inclusivo e igualitario para todos los involucrados.

Es hora, en suma, de que la equidad de género deje de ser la “señora esposa” del desarrollo social.

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