“Si no se perciben los beneficios de la democracia, aparece el populismo”

Alejandra Agudo, Madrid, 10 Junio 2014

El coordinador y fundador de la organización internacional Social Watch saca los colores a los gobiernos del mundo cada año en un informe en el que se revisa si cumplieron sus promesas

Lo primero que menciona el uruguayo Roberto Bissio (1952) cuando se le pide que se describa a sí mismo, es que es abuelo de una niña –“y otra en camino” –. Y que tiene dos hijas. Primero la familia, después sus cargos profesionales. Es coordinador de la organización internacionalSocial Watch, que cada año, desde 1996, publica un informe que saca los colores a gobiernos de todo el mundo con las promesas que hicieron ante la comunidad internacional y nunca cumplieron. “Entonces nadie revisaba si los compromisos adquiridos por los países en las resoluciones de Naciones Unidas se cumplían después”, asegura.

Su trayectoria vital hasta sentarse en las mesas de negociaciones de la ONU para la Agenda post-2015, que sustituirá a los actuales Objetivos del Milenio (ODM), está llena de salidas y llegadas. En 1974 tuvo que dejar sus estudios de Arquitectura y abandonar su país cuando llegó la dictadura. Recaló en Argentina. “Allí empecé a dedicarme al periodismo por necesidad. Luego me gustó”. Y, sobre todo, comenzó su activismo en defensa de los Derechos Humanos. Primero, por solidaridad con los presos políticos en su país; después, contra todas las dictaduras en América Latina. Perú, México y Brasil fueron sus siguientes destinos durante la década que estuvo fuera de Uruguay, adonde regresó tres días antes de las elecciones de 1984.

Entretanto, había creado junto a otros periodistas en el exilio, la publicación sobre desarrollo Cuadernos del Tercer Mundo, que acabó derivando en una organización civil por la justicia social internacional con el mismo nombre. Como representante de esa entidad, Bissio asistió en 1995 a una conferencia de Naciones Unidas (ONU) en la que los gobiernos del mundo resolvieron dos cuestiones. “Que había que acabar con la pobreza y lograr la igualdad entre mujeres y hombres”, recuerda Bissio. ¿Qué paso con aquellas promesas? La respuesta a esta pregunta fue recogida un año después en el primer informe de Social Watch.

Pregunta: ¿Cómo se tomaron los gobiernos ese monitoreo sobre sus promesas?

Respuesta: Nos dimos cuenta que preguntar sobre las promesas que ellos mismos hacen es más fácil que salir a demandar algo que podemos sentir como muy importante y necesario, pero susceptible de ser advertido por el demandado como agitador o subversivo. Así sean derechos humanos. A la vez, la prensa siente que es algo sobre lo que deben informar en tanto que la ciudadanía pregunta. Estas han sido algunas claves en el crecimiento de Social Watch como organización. Desde un pequeño grupo de países iniciales, ahora está presente en más de 80, con una base ciudadana en cada uno de ellos. Nunca vamos de fuera a preguntarle a la autoridad por qué hizo o no hizo algo. Sino que son ciudadanos u organizaciones del propio país las que hacen eso.

P: ¿Las preocupaciones, preguntas o reclamaciones son muy distintas entre países?

R: La división que hace el sector del desarrollo entre Norte Sur, donantes y receptores, no es percibida como tal por la gente. La gente tiene problemas, dificultades y aspiraciones, y muchas veces expresa sus preocupaciones con las mismas palabras que aquellos que viven en situación de pobreza, desempleo o discriminación por raza… ya sea en Finlandia o Ruanda. No importa el nivel que ocupe en la escala de desarrollo.

P: ¿Se cumplen las promesas?

R: Hay un creciente grado de voluntad política de los gobiernos por hacerlo. Y ya no se cuestiona la validez de las aspiraciones. Hace 20 años, había argumentos contrarios a la aplicación de principios globales por las diferencias culturales entre países. Pero ya hay muy poca gente que sostenga este argumento. Pero al mismo tiempo encontramos que los gobiernos se sienten cada vez menos capaces de implementar políticas y dar respuestas a los problemas porque hay fuerzas externas fuera de su control que se lo impiden. En Europa lo llaman políticas de austeridad que vienen de Bruselas; en África, los condicionamientos del Banco Mundial; y en otro lado hablarán de las imposiciones del Fondo Monetario Internacional. La cuestión es que se encuentran con obstáculos, límites a su capacidad de gobernar que son mayores que los que podían tener antes. La presencia de esos obstáculos externos, ya sean reales o retóricos, es la nueva amenaza a la democracia. La gente comienza a sentir de no sirve de nada elegir un gobierno si al final lo que van a hacer no tiene nada que ver con lo que prometieron.

P: ¿Qué consecuencias puede tener esa desafección de la que habla?

R: Venimos de un período de enormes expectativas democráticas en los últimos 20 años. Pero se abre un nuevo período en el que el gran problema que está emergiendo es la desigualdad. El crecimiento económico, cuando lo hay, no da los resultados que se esperaban porque las ganancias están concentradas en muy pocas manos. Justamente, no se perciben los beneficios de la democracia y aparece la tentación del populismo en diversas maneras. Esa es una nueva tendencia preocupante que no estaba presente en la misma magnitud hace unos años.

P: ¿Y en el terreno internacional?

R: Está surgiendo una nueva división del mundo. Lo que antes era Este-Oeste y Norte-Sur, se está recomponiendo en un sistema dominado por los países de la OCDE con un modelo de desarrollo similar; mientras que las potencias emergentes, con el grupo de los BRICS como líderes, están perfilándose como un bloque propio y separado. Esta es la tensión que existe en este momento en el multilateralismo. Ante las promesas rotas por parte de los países desarrollados, los BRICS van a crear su propio banco de desarrollo, con 100 mil millones de dólares de capital y un fondo de reserva con otros 100 mil millones de dólares. Será un organismo paralelo al Banco Mundial y el FMI en manos de los BRICS. Y el resto del mundo va estar enfrentado a una nueva bipolaridad en el funcionamiento de la economía. Esto dificultará que pueda haber metas comunes de desarrollo justo en el momento en el que se debate la Agenda post-2015. La visión optimista es que esa crisis va a ser necesaria para que se tome de nuevo en serio el papel de la ONU porque ni el grupo de los 20, ni los 7, ni ninguno de estos intentos de llevar la gobernanza mundial a mecanismos ajenos a la ONU ha dado resultado. El riesgo de esta nueva división va a hacer evidente la necesidad de reunificar a todos los países del mundo en el único marco legítimamente posible, que es el de la ONU.

P: ¿Y cómo puede la ONU pedir rendición de cuentas del cumplimiento de sus compromisos, por ejemplo, como los ODM?

R: El cumplimiento de los ODM por parte de los países en desarrollo es verificable o casi verificable, en tanto que existen estadísticas, metas y plazos. La discusión sobre la calidad y la disponibilidad de las estadísticas es otra cuestión. Mientras que los compromisos de los países desarrollados, sobre todo los expresados en el objetivo ochoque deberían hacer posible los otros, no tienen plazos ni metas cuantificables. La meta ocho habla de ayuda, de transferencia de tecnología, de resolución de los problemas de deuda, la creación de un sistema comercial y financiero justo. Todo necesario, muy importante; pero no dice cuándo, ni cómo, ni en qué cantidad. Se vuelve inverificable. Y de hecho es la meta que no se ha cumplido.

P: Menciona el ocho como el objetivo fallido, pero de hecho es la lucha contra la mortalidad materna uno de los objetivos que peor va.

R: Hay un gran debate de cómo se mide y cuáles son las estadísticas. Hay distintas opiniones sobre si efectivamente se ha reducido o no. Pasa lo mismo con el primer objetivo, el de la lucha contra la pobreza, que parte de una mala definición y medición de la misma. Para la mayoría de países no existen estadísticas, si acaso estimaciones delBanco Mundial.

P: ¿Quedarán corregidas estas fallas en los Objetivos post-2015? ¿Cómo ve las negociaciones?

R: No está claro. Por una parte parece que se va a seguir midiendo la pobreza con el umbral de ganar menos de 1,25 dólares al día. Y por otra, distintos organismos están diciendo que el principal problema es la desigualdad, y no la pobreza absoluta de los países más pobres. ¿Los nuevos objetivos van a tomar ese tema como algo central? Creo que hay dos test de calidad aplicables a la nueva agenda. Uno es en qué medida va a hablar de desigualdad, y otro es en cómo se van a formular los objetivos de sostenibilidad. Y finalmente, si los países desarrollados van a asumir o no un compromiso serio en ambos de estos terrenos. Hasta el momento ambos temas están sobre la mesa de discusión, pero lejos de consenso.

P: ¿Cómo se conseguiría una sociedad menos desigual?

R: Con impuestos progresivos, políticas de empleo, seguridad social, educación gratuita, seguro de salud… la fórmula es tan banal que parece extraña. Pero funciona en países con regímenes políticos distintos. Europa lo consiguió hace mucho tiempo, pero últimamente se ha dedicado a deconstruir lo que había construido. Las recetas y maneras de llegar a una sociedad con menos desigualdades son muy conocidas. No hay secretos.

P: Hay quienes apuntan que una importante amenaza para establecer objetivos comunes en la Agenda post-2012 es la participación del sector privado. ¿Qué opina usted?

R: El tema claro es que hay un poder económico en el mundo, el de las finanzas y las corporaciones, que escapa al control de los gobiernos, aún de los más poderosos. No solo cuentan con impunidad económica y una garantía implícita de que los estados van a rescatarlas, sino que además tienen impunidad desde el punto de vista criminal. Ese enorme poder está muy vinculado con las crecientes desigualdades que hay en el mundo, con la posibilidad de las grandes fortunas de escapar a los impuestos y la incapacidad de los gobiernos de poder ejercer una verdadera soberanía fiscal. En ese marco, surge la propuesta, incluso del propio secretario de la ONU, Ban Ki Moon, de atraer a las corporaciones a la agenda de desarrollo bajo la premisa de que es una parte interesada en la fijación de reglas en el mundo y por lo tanto debe tener un sitio en la mesa de toma de decisiones. Con lo cual, en vez de democracia global, tenemos corporativismo global. Las compañías, que no tienen ningún mecanismo democrático y no rinden cuentas a nadie legalmente más allá de sus propios accionistas, pasan a tener voz y voto sobre las decisiones que le afectan. Es decir, el zorro es parte interesada en el funcionamiento del gallinero y por lo tanto va a tener capacidad de veto o poder decisión.

P: Pero, ¿qué problema hay en que las empresas hagan cooperación?

R: Creo que estamos ante una consecuencia no deseada de la crisis de la cooperación al desarrollo. Los gobiernos, en particular los europeos, están inmersos en la austeridad y recortando políticas sociales, por lo que dicen que tienen que sacrificar el presupuesto de cooperación. Pero de algún lado tienen que sacar ese dinero que falta y las empresas quieren contribuir. Y hay quienes dicen que eso está bien, que están contribuyendo sacando dinero de sus ganancias para la cooperación. Pero no es eso lo que está pasando. En realidad, el dinero de la cooperación que iba a gobiernos del sur para ayudarlos con sus programas de desarrollo se da ahora a las empresas como garantía o apoyo a las inversiones que iban a hacer de todas maneras en la búsqueda de sus fines. O sea, que las empresas están tomando dinero de la cooperación. Y luego se hace un truco contable, por el cual se contabiliza toda la inversión como parte de la cooperación. Si esa inversión prospera, se quedan con las ganancias; si fracasa, la pérdida se socializa. Además de que los gobiernos están abandonando su poder de decisión empoderando a las empresas. Esa pérdida de democracia es irreversible.

P: Hay quienes defienden que la cooperación moderna pasa por la participación de las empresas y romper con el esquema de países donantes, receptores y ONG.

R: Pero, ¿dónde está modernidad de esa fórmula? En realidad los países siempre han subsidiado a sus empresas para que intervinieran en sectores estratégicos de otros países. Es algo que la Organización Mundial del Comercio y otros organismos internacionales tratan de frenar al considerarlo competencia desleal. Ahora, se quiere llevar a cabo esa misma práctica pero bendecida en nombre de la cooperación internacional.

P: ¿Qué país le ha impresionado más de todos los que ha visitado?

R: Estoy impresionado con Uruguay, mi país –espero no sonar chovinista- porque se han realizado transformaciones que nunca creí que viviría para verlas. Las leyes laborales, sociales… ha sido el primer país latinoamericano en legalizar el aborto, el matrimonio igualitario, la marihuana… se ha formalizado el empleo doméstico, también el rural. Realmente, no creí que esto fuera posible. No solo lo están siendo, sino que además hay crecimiento económico.