Aún mucho que aprender

Meena Raman; Mageswari Sangralingam
Consumers Association of Penang

A mediados de la década del 90 se preveía que la economía malaya seguiría creciendo a un ritmo de 8% anual durante muchos años. El país avanzaba a una velocidad vertiginosa hacia la industrialización en el 2020 o incluso antes. Malasia era parte del “milagro asiático” y su economía era un modelo para otros países. Entonces se produjo la crisis financiera y económica que golpeó a la región en 1997.

Aunque Malasia satisfizo las necesidades básicas de la población y mejoró relativamente los ingresos en mayor grado que otros países de la región (con la excepción de Singapur), también padeció una creciente desigualdad, el deterioro de la calidad de vida y ambiental, crecientes problemas sociales, e inestabilidad en el ejercicio de los derechos civiles y políticos y la participación de la sociedad civil en el proceso de decisión.

Privatizaciones y nuevos ricos

El surgimiento de nuevos municipios, centros turísticos, supercarreteras y grandes centros de compras en la década anterior a la crisis, creó la ilusión de un crecimiento y una prosperidad económica sin fin. El mercado de valores era alcista y un gran sector de la comunidad se incorporó a la economía de casino, contagiada de la cultura de la codicia. La bonanza económica produjo numerosos millonarios como consecuencia de la privatización de las empresas públicas. Muchos también hicieron millones de ringgits —la moneda nacional— especulando en la bolsa de valores.

La elección de los concesionarios y las empresas privatizadas fue objeto de críticas públicas, especialmente la privatización de empresas públicas que daban ganancias. El proceso de privatización careció de transparencia desde el principio. Las empresas públicas se entregaron al primer postor, ya fueran personas o compañías privadas, a menudo sin licitación pública. Las privatizaciones beneficiaron principalmente a aquellas personas vinculadas al gobierno, lo cual generó acusaciones de corrupción, “amiguismo” y nepotismo. La falta de transparencia dificulta comprobar dichas acusaciones.

La adquisición de la riqueza, no a través de la innovación y del trabajo sino mediante el tráfico de influencias, la especulación y la manipulación, causó un cambio dramático en los valores, actitudes y estilos de vida de los nuevos ricos. Estos se dedicaron al consumo, la construcción de mansiones, la compra de aviones privados, yates y automóviles de lujo. Esos valores incluso se filtraron a las clases trabajadoras. Los obreros gastaban sus salarios en la compra de productos de marca y motocicletas, hipotecando sus remuneraciones para poder pagar a los acreedores, bancos y compañías financieras.

El costo de la industrialización

La economía comercial impuesta a la comunidad continúa a un ritmo acelerado. La industrialización y el comercio internacional fueron adoptados como medio para alcanzar la prosperidad económica y el bienestar humano. La continuación y perpetuación de este estilo de desarrollo hicieron que los malayos dependieran de la importación de alimentos, desplazaron a comunidades enteras de sus territorios mediante grandes proyectos de infraestructura, mermaron los recursos naturales y destruyeron el ambiente, y provocaron la corrupción y el abuso de poder en la distribución y el uso de las tierras y otros recursos naturales.

Grandes áreas de terrenos agrícolas fértiles, utilizados para cultivar alimentos, se convirtieron en establecimientos industriales. A la vez, como consecuencia de la migración de los jóvenes del sector agrícola rural al medio urbano en busca de trabajos en las fábricas y el sector de los servicios, una parte importante de la tierra agrícola permanece ociosa. Estos dos hechos redujeron sustancialmente el área de tierra en cultivo, lo cual representa una amenaza a la seguridad alimentaria en caso de emergencia.

La rápida emigración de la juventud rural a las ciudades y pueblos para trabajar en fábricas también generó serios problemas sociales. La vivienda para los obreros es insuficiente e inadecuada. Muchos trabajadores son obligados a vivir en terrenos ocupados y en apartamentos superpoblados en situaciones con falta de higiene y sin acceso a actividades sociales, culturales y recreativas.

Límites al crecimiento económico y las fuerzas del mercado

El plan de desarrollo del gobierno, el “Séptimo Plan Malasia” (1996-2000), identificó algunas flaquezas en el paradigma de desarrollo del país. Reconoció que el crecimiento económico y las fuerzas del mercado sólo refieren a la riqueza material y no garantizan la equidad social ni la sustentabilidad ambiental.

Agricultores, pescadores y comunidades indígenas que dependen de los recursos naturales y la tierra están perdiendo el control y el acceso a los recursos ante la avanzada de las grandes compañías y capitales, por lo cual pierden su capacidad para mantener sus estilos de vida tradicionales. La drástica caída de los precios mundiales de las materias primas significa mayor pobreza y endeudamiento para las comunidades rurales en las plantaciones y pequeños establecimientos que dependen de la exportación del caucho y el aceite de palma.

El precio del aceite de palma comenzó a descender en 1999 (promediando RM 1459/USD 384), y esta tendencia continuó en el 2000. A principios del 2001, los precios eran los más bajos de los últimos 15 años. El precio promedio para el aceite de palma sin refinar en enero del 2001 era de RM 699/USD 183, una caída del 71% comparada con el precio promedio de 1998. Eso ha significado la drástica reducción de los ingresos de cientos de miles de familias y pequeños productores de aceite de palma.

La situación de los pequeños productores y trabajadores de las plantaciones de caucho es aún peor. En 1999, el precio del caucho en el mercado internacional descendió al 51% del precio alcanzado en 1995 de RM 4.55/USD 1,20 por kilo, con graves efectos negativos para los aproximadamente 500 mil pequeños productores y trabajadores de las plantaciones que dependen de este producto para vivir.

La crisis económica del país condujo a una mayor explotación por parte de los proveedores, mayoristas y comerciantes regidos por el lucro. El precio de los alimentos y otros productos de primera necesidad, especialmente de aquellos no cubiertos por los subsidios estatales, aumentó gradualmente. La inflación se convirtió en una preocupación en 1998 como consecuencia de la fuerte depreciación del ringgit, lo cual elevó los precios de productores y consumidores. El ritmo de incremento del Índice de Precios al Consumo (IPC) descendió al 2,7% en 1997, en comparación con el 3,5% de 1996, pero aumentó al 5,3% en 1998. Todas las categorías de productos de consumo registraron un incremento de precios, siendo más marcado en el sector de los alimentos, que representó el 63% del aumento del IPC.

Lecciones de la crisis financiera

La crisis financiera desencadenada en julio de 1997 tuvo profundas consecuencias para Malasia. La masiva fuga de capitales de corto plazo precipitó la drástica depreciación del ringgit y debilitó los mercados accionarios y de propiedad. La pérdida resultante en la confianza del público y de los inversores afectó adversamente las metas de crecimiento fijadas en el “Séptimo Plan Malasia”. La crisis también impidió alcanzar los objetivos socioeconómicos, ya que la pobreza aumentó en 1998 tras un sostenido período de reducción. El desempleo también fue levemente superior en 1998 en comparación con los primeros dos años del Plan.

En respuesta a la crisis financiera, el gobierno incorporó una serie de medidas para estabilizar la economía. A mediados de 1998, la política estatal procuró impedir una contracción mayor de la economía e intentó reactivar el crecimiento económico. El gobierno flexibilizó las políticas fiscales y monetarias, incorporó medidas selectivas de control de cambio y fijó la tasa del cambio del ringgit al valor del dólar. Se dio prioridad a la aplicación de proyectos para mitigar el impacto de la crisis, incluyendo aquellos dirigidos a los hogares de bajos ingresos y pobres. Estas medidas tuvieron algunos resultados positivos y contribuyeron a restaurar la confianza del público y de los inversores.

La reciente crisis económica en el país y la región proporcionó la oportunidad para aprender de los errores pasados. Aunque se han aprendido las lecciones acerca de los peligros de la liberalización sin controles, queda mucho por aprender sobre una forma más equitativa y ecológica de desarrollo.

Referencias

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