¿Facilitar la captura corporativa o invertir en agricultura sostenible a pequeña escala y agroecología?
POR STEFANO PRATO, SOCIEDAD INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO (SID)1
El ODS 2, “[p]oner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”, articula una de las mayores aspiraciones de la Agenda 2030. Junto con el ODS 1 que busca poner fin a la pobreza en todas sus formas, el ODS 2 marca gran parte del sentimiento y los valores que impulsan la implementación de la Agenda 2030. No progresar en los ODS 1 y 2 indicaría el fracaso de toda la Agenda. Sin embargo, aunque nadie puede estar en desacuerdo con el noble objetivo expresado en el ODS 2, el empeño por lograrlo podría ocultar impulsos no tan nobles. La implementación del ODS 2 tiene lugar dentro del enfrentamiento entre dos visiones alternativas de la alimentación y nutrición: un modelo de agricultura industrial a gran escala, cuyo objetivo es maximizar la productividad a corto plazo sobre la base de soluciones técnicas, y una visión de agroecología y agricultura sustentable a pequeña escala, basadas en el derecho humano a la nutrición y alimentación adecuadas.
Tensión entre dos extremos
El contexto en el que se está implementando el ODS 2 es el campo de batalla de dos puntos de vista opuestos sobre la modernidad, la alimentación y la nutrición, respaldados por dos sistemas igualmente distantes de producción, comercialización y distribución.
Por un lado, se encuentra el modelo empresarial que considera los alimentos como un bien de consumo y pretende conquistar los mercados de consumidores, identificados meramente como personas con poder adquisitivo. Este modelo ve la producción como un proceso altamente especializado que puede deslocalizarse hacia cualquier lugar donde se encuentren recursos para maximizar la productividad en sentido estricto. Se basa en la privatización de las tierras comunitarias y, cada vez más, en su financierización, así como en el amplio uso de biotecnologías, entre ellas, los organismos modificados genéticamente. Sus productos uniformes se integran horizontal y verticalmente en cadenas de valor mundiales y su modelo empresarial se basa en minimizar las externalidades que está obligado a contemplar y, al mismo tiempo, procurar la menor intensidad en trabajo posible mediante la mecanización, la robótica y las tecnologías de la información. Este modelo homogeneizador y hegemónico lleva a la captura de la agricultura y la nutrición por parte de la producción industrial intensiva y a gran escala, integrada verticalmente en la transformación industrial de los alimentos, con grandes canales de distribución que permiten una mayor penetración en los mercados mundiales y hasta en las comunidades rurales.
Los protagonistas principales de este modelo son los grandes conglomerados transnacionales que están atravesando un proceso de concentración sin precedentes. En diciembre de 2016, los accionistas de Monsanto votaron a favor de la venta de la empresa a Bayer por 66.000 millones de dólares, lo que se convirtió en una de las absorciones transfronterizas de empresas más grandes de todos los tiempos. La entidad fusionada será la mayor proveedora mundial de semillas y de plaguicidas, y controlará hasta 30% de los mercados globales de semillas comerciales y 24% de los mercados de plaguicidas. Tal como informó el Grupo ETC (véase el recuadro), la fusión Bayer-Monsanto es solo una de varias megafusiones que se están produciendo simultáneamente en el suministro de insumos agrícolas: está prevista la fusión de los gigantes químicos estadounidenses Dow Chemical y DuPont, mientras que China National Chemical Corporation (ChemChina) adquirirá Syngenta.
En el extremo opuesto, las comunidades locales basadas en la producción a pequeña escala, a menudo atrapadas en la agricultura de subsistencia, consideran los alimentos como un derecho humano fundamental y a los consumidores de alimentos como conciudadanos y personas con derechos.2 Como se indica en la declaración de la sociedad civil de la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición de noviembre de 2014:
“Reafirmamos que la alimentación es la expresión de los valores, las culturas, las relaciones sociales y la autodeterminación de los pueblos, y que el acto de alimentarse a uno mismo y alimentar a otros encarna nuestra soberanía, nuestro sentido de pertenencia y nuestro empoderamiento. Al alimentarnos y compartir la mesa con nuestra familia, amigos y comunidad, reafirmamos nuestras identidades culturales, nuestra interdependencia con la naturaleza, el control de nuestra vida y nuestra dignidad humana”.3
Este enfoque considera la producción como un proceso altamente diversificado que está inherentemente localizado e integrado en las necesidades territoriales, tradiciones y ecosistemas. Tiene como base recursos genéticos localmente adaptados y tradicionales, insumos externos mínimos y un concepto holístico de la productividad, que maximiza las sinergias entre diversas líneas de productos, a través de la rotación de cultivos y sistemas integrados de producción agropecuaria mixtos. Es inherentemente intensivo en trabajo y biocéntrico, ya que minimizar los aspectos externos y mejorar la biodiversidad implica preservar el ecosistema donde viven las comunidades y del cual dependen sus medios de vida futuros. También se basa en los derechos colectivos y en el acceso a las tierras comunitarias y se respalda en una gran diversidad de conocimientos, incluidos los tradicionales y de pueblos indígenas. En este sentido, una cantidad creciente de productores de alimentos a pequeña escala incorporan la agroecología y exploran las economías circulares y de cadena corta con los territorios circundantes. Aquí, los protagonistas principales son los pequeños agricultores, los pescadores, los ganaderos y otros productores de alimentos a pequeña escala, que están cada vez más conectados con los movimientos sociales nacionales, regionales y globales, de los cuales un ejemplo notable es La Vía Campesina. Según se indica en su sitio web:
“La Vía Campesina es un movimiento internacional que reúne a millones de campesinos, agricultores pequeños y medianos, sin tierra, jóvenes y mujeres rurales, indígenas, migrantes y trabajadores agrícolas de todo el mundo. [...] defiende la agricultura sustentable de pequeña escala como una forma de promover la justicia social y dignidad y se opone fuertemente a una agricultura comandada por corporaciones y empresas transnacionales que destruyen a la gente y la naturaleza. [...] La Vía Campesina cuenta con 164 organizaciones locales y nacionales en 73 países de África, Asia, Europa y América. En total representa a unos 200 millones de agricultores. Se trata de un movimiento político, autónomo, plural, multicultural, [...] a la vez que se mantiene independiente de cualquier partido político, de cualquier tipo de afiliación económico o de otro tipo”.4
También debe advertirse que actualmente hay varios intentos en curso para reducir la agroecología a una técnica de producción más entre muchas. Estos intentos deben rechazarse. Según se indica en la declaración del Foro Internacional de Agroecología 2015,5 la “agroecología es un modo de vida” que incluye filosofías difundidas y alternativas concretas que abarcan prácticas de producción basadas en principios ecológicos y gestión dinámica de la biodiversidad, así como reconsideraciones profundas de las relaciones sociales y de gobernanza dentro de los territorios y entre ellos. Es, por lo tanto, inherentemente política, ya que cuestiona las estructuras de poder y pretende transformarlas.
Esta dicotomía podría considerarse innecesariamente simplista, ya que parecería haber mucho entre estos dos extremos. Pero, en realidad, no lo hay. Las empresas medianas nunca existieron en los países del Sur y desaparecen progresivamente en Europa, donde algunas industrias, como la industria láctea, enfrentan enormes dificultades en los últimos años.
Además, cualquier pretensión bienintencionada de que convivan estas dos visiones alternativas de la vida, la producción y los mercados se desacredita a diario, ante la evidencia de la naturaleza depredadora del sistema industrial, con su constante apropiación de tierras, agua y recursos genéticos y su profundo impacto en los consumidores urbanos y sus preferencias alimentarias.
Por lo tanto, el empeño por lograr el ODS 2 debe ubicarse dentro de este enfrentamiento constante para evaluar en qué medida la Agenda 2030 fomenta un enfoque desde la base, coherente con el marco de derechos humanos que afirma y los imperativos sociales, económicos y ambientales; o si, en realidad, ofrece una narrativa y un proceso político que facilitan la captura empresarial de la agricultura y la nutrición.
Cuatro narrativas tendenciosas
La tensión entre estos sistemas opuestos está demostrando ser una batalla dispar, a pesar de la poderosa simplicidad con que la agroecología y la producción de alimentos a pequeña escala pueden proporcionar simultáneamente medios de vida, sustentabilidad ambiental y dietas saludables. En efecto, hay cuatro narrativas tendenciosas que intervienen actualmente en la implementación del ODS 2 a fin de poner en entredicho esta simplicidad lineal.
La primera es la metanarrativa de la crisis en la alimentación del planeta y la necesidad de impulsar la producción y la productividad con importantes inversiones en los agronegocios, a pesar de la realidad de que los pequeños agricultores actualmente suministran hasta 70% de la producción total de alimentos.6 Además, de acuerdo con la iniciativa Save Food (Ahorremos Alimentos) de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cada año, en todo el mundo, se pierden o desperdician aproximadamente 1.300 millones de toneladas de alimentos, es decir, un tercio de todos los alimentos producidos para consumo humano.7 Los países del Norte global desperdician anualmente casi la misma cantidad de alimentos que la producción neta total de alimentos de África subsahariana, y la cantidad de alimentos que se pierden y desperdician cada año equivale a más de la mitad de la cosecha anual de cereales de todo el mundo.
La segunda narrativa tendenciosa está relacionada con el desafío climático y la presión para que la agricultura se adapte a él mediante soluciones tecnológicas y, a menudo, biotecnológicas. El informe de julio de 2016 del Panel de Expertos de Alto Nivel del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA) indica que el sector ganadero, como impulsor de la deforestación, la demanda de forraje e infraestructura de procesamiento y transporte, es directa e indirectamente responsable de 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero.8 Sumadas, las praderas permanentes, las tierras de pastoreo y las tierras dedicadas a la producción de forraje representan 80% del total de la tierra agrícola. En contraste con la evidente necesidad de desintensificación, esta narrativa usa, abusa y, en definitiva, corrompe el concepto de sustentabilidad para justificar lo injustificable: la fusión entre “intensificación sostenible” y las “agriculturas climáticamente inteligentes” impulsadas por la tecnología las convierte en nuevos caballos de Troya para proponer biotecnologías que permitan la expansión constante de la agricultura industrial que es, en sí, el origen de la pérdida de biodiversidad y las consecuencias climáticas que estas falsas soluciones afirman resolver.
La tercera y más reciente narrativa concierne a la presión por una agricultura que tenga en cuenta la nutrición y que instrumentalice los desafíos nutricionales antiguos y emergentes para proponer el enriquecimiento de los alimentos, incluido el bioenriquecimiento. En lugar de fomentar dietas diversificadas basadas en la biodiversidad agrícola, esta narrativa no reconoce que los déficits nutricionales derivan inevitablemente de dietas cada vez más homogéneas compuestas, más que nada, por productos industriales originados en la producción agrícola a gran escala de muy pocos cultivos. La reducción de la biodiversidad y del contenido nutricional de los alimentos es una consecuencia intrínseca del sistema industrial que genera las deficiencias nutricionales para las cuales se requiere el enriquecimiento de los alimentos. El sistema industrial dice ofrecer el enriquecimiento de los alimentos como solución a un problema que generó el sistema mismo y, al hacerlo, sigue oprimiendo y erosionando los sistemas alimentarios locales que, en cambio, ofrecen soluciones profundamente arraigadas basadas en la biodiversidad agrícola.
La cuarta y última narrativa es el espejismo de transformación estructural que convoca a las personas a dejar la agricultura y dedicarse a empleos industriales y de servicio mejor pagos. Lo malo es que estos trabajos solo existen en la ficción. El patrón de transformación estructural que caracterizó las experiencias pasadas de industrialización, aparentemente, no puede repetirse en las economías actuales atrapadas en los bienes de consumo. Las capacidades productivas establecidas y la liberalización del comercio cada vez más unidireccional están generando nuevos patrones de desindustrialización y tercerización prematura de las economías en desarrollo, en particular, dentro del continente africano, que están muy por debajo de las expectativas de empleo. Aquí, también debemos tener en cuenta el grado radicalmente diferente de la intensidad en trabajo que las nuevas tecnologías de producción, incluida la amplia aplicación de la robótica, agilizan a escala global.
Implicaciones de la implementación del ODS 2 para la agenda rural y la economía política
En varios sentidos, el espacio rural es (muchos dirían que sigue siendo) el campo de batalla entre estas visiones opuestas de la modernidad, que abarcan modos de vida, relaciones sociales y políticas, la organización de la producción y la relación con nuestra ecología. Con demasiada frecuencia, las áreas rurales siguen afectadas por niveles inaceptables de sufrimiento humano y privaciones. Sin embargo, en la actualidad, lo mismo puede decirse de los espacios periurbanos e, incluso, urbanos. Por lo tanto, es necesario superar el estereotipo del atraso rural frente a la modernidad urbana. Muchos análisis de las áreas urbanas y rurales aún tienen como base la comparación de estadísticas promedio entre estos dos espacios y crean la falsa noción de un ciudadano urbano promedio que no existe en la realidad. Tampoco hay duda del impacto de las importantes migraciones de las zonas rurales a las urbanas y del avance continuo de la urbanización y, con mayor frecuencia, la “metropolización”. Sin embargo, los factores de atracción y rechazo de estos movimientos masivos se deben analizar mejor antes de considerarlos como una realidad de facto. No obstante, la pobreza y la marginación urbanas crecen con la misma rapidez con que las expectativas de trabajos urbanos, no agrícolas y mejor pagados revelan sus fundamentos insostenibles.
Desmitificar el estereotipo del atraso rural, por lo tanto, es el primer paso conceptual que permite que surjan nuevas perspectivas sobre el espacio rural que puedan sentar las bases del progreso de los ODS 1 y 2. En este sentido, a menudo, se tiene la impresión de que lo “rural” se considera la versión primitiva de lo “urbano” en un contexto subdesarrollado, casi como si el desarrollo se trasladara linealmente de la realidad rural a la urbana. De hecho, muchos creen que el concepto de modernidad rural es contradictorio. Pero es aquí exactamente donde reside gran parte del problema de la narrativa de la transformación rural. Esta narrativa se define, en gran medida, lejos de los espacios rurales en sí y con una participación limitada, si es que hay alguna, de los principales sujetos que deberían diseñar e impulsar algún proceso de transformación local. De hecho, la narrativa generalmente contrasta y contradice las visiones alternativas que podrían tener las comunidades con respecto a sus posibles trayectorias de desarrollo.
En este contexto, las cuatro tendenciosas narrativas mencionadas anteriormente influyen en distinto grado en las conceptualizaciones actuales de los procesos de transformación rural en la Agenda 2030 y, más particularmente, en los ODS 1 y 2. El impacto neto de estas narrativas generó un riesgo concreto de que la agenda de transformación rural pueda estar guiada más por el sistema alimentario global homogeneizador y hegemónico que por las comunidades rurales, incluidos los pequeños agricultores, los ganaderos y otros campesinos. De hecho, el efecto combinado de esta falacia y las narrativas tendenciosas implica que el paradigma de la transformación rural puede estar en riesgo de convertirse, incluso, en otro instrumento de ocupación rural, que promovería aún más el enorme y constante crecimiento de la agricultura industrial intensiva y su rápida consolidación a escala mundial, además de aumentar el proceso continuo de concentración económica y política en pocas manos. El resultado de este proceso continuo es la drástica reducción del espacio para los productores de alimentos a pequeña escala y la falta de autonomía de los productores y trabajadores, durante toda la generación. Aquí es donde la ceguera de los análisis convencionales de la pobreza hacia la dinámica de la acumulación y concentración de la riqueza es instrumental para la captura del poder por parte de las clases gobernantes.9
Por lo tanto, no es nada sorprendente que el progreso sea limitado en cada una de las tres metas específicas del ODS 2 sobre los medios de implementación. Respecto de la meta 2.a de aumentar las inversiones en la agricultura rural, la capacidad de incrementar las inversiones públicas (el único tipo que, tal vez, pueda fortalecer la agricultura sostenible a pequeña escala) está considerablemente restringida por la falta de progreso tangible en la solución de la fuga de posibles ingresos fiscales provocada por los flujos financieros ilícitos y el estancamiento simultáneo de la asistencia oficial para el desarrollo. En términos de corregir y prevenir las restricciones comerciales, solicitadas en la meta 2.b, la Ronda de Desarrollo de Doha a la que hace referencia, está agonizando actualmente, lo que reafirma la falacia de esperar que la OMC, con sus desequilibrios de poder, aborde el asunto del comercio y el desarrollo de un modo significativo. Y, respecto de la reforma de los mercados de productos alimentarios, que se demanda en la meta 2.c, no parece poder identificarse ningún esfuerzo político significativo para abordar con seriedad las motivaciones financieras de la volatilidad de precios de los productos básicos dentro de los mercados de derivados. Es interesante mencionar que esto último estaba completamente fuera de la agenda del Foro sobre Financiación para el Desarrollo 2017 del Consejo Económico y Social realizado recientemente, al que también corresponde supervisar el progreso respecto de los medios de implementación de la Agenda 2030.
El importante papel del CSA
En lugar de un simple control del progreso, la naturaleza de las tensiones relacionadas con el empeño por lograr el ODS 2 requiere convergencia y coordinación activas de políticas. Muchos cuestionan la noción de que esto pueda suceder solo en el contexto del proceso del Foro Político de Alto Nivel (High-Level Political Forum, HLPF). Siguiendo el principio de subsidiariedad y dada la participación activa de los productores de alimentos a pequeña escala en su proceso, el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA) ofrece el lugar más apto donde podrían abordarse y, tal vez, resolverse estas tensiones en el contexto del Marco Estratégico Mundial para la Seguridad Alimentaria y la Nutrición.
El CSA constituye, de acuerdo con el documento de reforma de 2009, “la principal plataforma internacional e intergubernamental incluyente para una amplia gama de partes interesadas comprometidas en trabajar de manera conjunta y coordinada en apoyo de los procesos dirigidos por los países encaminados a eliminar el hambre y a garantizar la seguridad alimentaria y nutricional para todos los seres humanos”.10 De hecho, sus Directrices Voluntarias sobre la Gobernanza Responsable de la Tenencia de la Tierra, la Pesca y los Bosques en el Contexto de la Seguridad Alimentaria Nacional,11 adoptadas en 2012, y su Marco de Acción para la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en Crisis Prolongadas,12 acordado en 2015, son dos ejemplos válidos de directrices esenciales sobre políticas que pueden guiar y ayudar a los procesos nacionales desde una perspectiva basada en los derechos.
Conclusión
Algunos ven la Agenda 2030 con su meta de seguridad alimentaria como un marco conceptual que erosiona el derecho a la nutrición y una alimentación adecuada, al igual que las visiones de la agroecología y soberanía alimentaria adoptadas por los campesinos y sus movimientos sociales. Otros, sin embargo, se permiten hacer una lectura más benevolente del nuevo marco de desarrollo y esperan que pueda ayudar a proponer una agenda rural positiva.
Los caminos alternativos para confrontar los desafíos complejos de hoy son claros. Los sistemas alimentarios actuales son disfuncionales porque dan como resultado dietas poco saludables, huellas ecológicas no sostenibles y el empobrecimiento de los productores a pequeña escala. Son el resultado de un enfoque macroeconómico basado en la oferta de los alimentos como bienes de consumo. Las alternativas se basan en procesos impulsados y arraigados localmente que fomentan la diversificación agroecológica y la soberanía alimentaria. Esto demanda inversiones públicas y políticas de respaldo para aquellos que ya alimentan al mundo de manera que puedan proteger y mejorar cada vez más la biodiversidad, sanar a nuestro planeta, fomentar dietas saludables y diversificadas basadas en cultivos tradicionales y resilientes y fortalecer los mercados territoriales locales y las economías circulares. En este sentido, el espacio rural puede verse como el último baluarte de resistencia contra la economía global hegemónica y homogeneizadora que desmaterializa y deshumaniza cada vez más las experiencias de vida. Pero no solo se trata de resistencia. También es un espacio dinámico de reinvención de la producción y las relaciones sociales y un laboratorio lleno de vida para experimentar con nuevas soluciones que pueden transformar nuestras vidas y corregir nuestros desafíos actuales para convertirlos en valiosas oportunidades, a fin de redescubrir los conocimientos, las identidades y las tradiciones que dieron origen a nuestra humanidad.
Referencias
Civil Society Mechanism for relations with the UN Committee on World Food Security (2016): Connecting Smallholders to Market. An Analytical Guide. Roma: FAO.
www.csm4cfs.org/wp-content/uploads/2016/10/English-CONNECTING-SMALLHOLDERS-TO-MARKETS.pdf
Committee on World Food Security (2015): Framework for Action for Food Security and Nutrition in Protracted Crisis. Roma: FAO.
www.fao.org/fileadmin/templates/cfs/Docs1415/FFA/CFS_FFA_Final_Draft_Ver2_EN.pdf
Committee on World Food Security (2012): Voluntary Guidelines on the Responsible Governance of Tenure of Land, Fisheries and Forests in the Context of National Food Security. Roma: FAO.
www.fao.org/docrep/016/i2801e/i2801e.pdf
International Forum for Agroecology (2015): Declaration of the International Forum for Agroecology. Nyéléni, Malí. 27/2/2015.
www.foodsovereignty.org/forum-agroecology-nyeleni-2015/
FAO (2016): Save Food: Global Initiative on Food Loss and Waste Reduction. Roma.
www.fao.org/save-food/en/
HLPE (2016): Sustainable Agricultural Development for Food Security and Nutrition: What Roles for Livestock? A Report by the High-Level Panel of Experts on Food Security and Nutrition of the Committee on World Food Security. Roma.
www.fao.org/3/a-i5795e.pdf
IPES Food (2016): From Uniformity to Diversity: A Paradigm Shift from Industrial Agriculture to Diversified Agroecological Systems. International Panel of Experts on Sustainable Food Systems.
www.ipes-food.org/images/Reports/UniformityToDiversity_FullReport.pdf
Prato, Stefano (2015): Editorial: Resisting Rural Appropriation: Embracing Agroecology to Transform Globalization. En: Development 58:2-3, pp. 155-158.
Prato, Stefano (2014): Editorial: The Struggle for Equity: Rights, Food Sovereignty and the Rethinking of Modernity. En: Development 57:3-4, pp. 311-319.
Valente, Flavio (2014): Towards the Full Realization of the Human Right to Adequate Food and Nutrition. En: Development 57:2, pp. 155-170.
Stefano Prato es director gerente de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID).
Notas:
2 Valente (2014).
5 International Forum for Agroecology (2015).
6 Civil Society Mechanism for Relations with the UN Committee on World Food Security (2016).
7 FAO (2016).
8 HLPE (2016).
9 Prato (2014).
11 Committee on World Food Security (2012).
12 Committee on World Food Security (2015).