G-8 trata de usar a Libia y Siria para volver de la muerte

Conferencia de prensa
(Foto:L. Blevennec/
Presidencia de Francia)

Fuente: The New Indian Express

WhileMientras gana relevancia el Grupo de los 20 (G-20), que incluye a los países más ricos y economías emergentes, la violencia en Libia y Siria en el marco de los disturbios en el mundo árabe le han dado un nuevo propósito al Grupo de los Ocho (G-8), al que sólo integran los países más poderosos, según Himanshu Jha, coordinador nacional de Social Watch India. En una columna publicada por el periódico The New Indian Express, Jha señaló que el G-20 parece haberse "convertido en un semillero de toma de decisiones" a cargo de "la agenda económica tradicional" a nivel mundial.

Lo que sigue es la columna de Jah.

Creando espacios luminosos
Himanshu Jha

Esta teniendo lugar un cambio perceptible en la dinámica y la naturaleza de los bloques conocidos por la letra “G” seguida del número de países que los integran.

La 37 Cumbre del G-8 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia), que concluyó el 27 y 28 de mayo en el centro turístico costero francés de Deauville, debe analizarse a la luz de las cambiantes convulsiones globales y de los cambios geopolíticos en curso por todo el planeta.

Esta visión de un mundo en mutación se percibe, por un lado, en el surgimiento del G-20, que incluye al G-8 y se amplió con países de economía pujante como China, India, Sudáfrica, Brasil e Indonesia. Por el otro, en las recientes revoluciones democráticas en algunos Estados árabes.

La debacle económica que culminó con la crisis financiera mundial [desatada en 2008] provocó la fundación del G-20 bajo la lógica obvia de que el futuro de la economía global no puede dejarse librada a unos pocos. Paradójicamente, el bloque no indujo ningún cambio drástico, pues las instituciones responsables de la debacle fueron las mismas a las que se confió la responsabilidad de reactivar la economía mundial. El FMI volvió a la vida de entre los muertos, dicen algunos.

Sin embargo, la del G-20 es una historia diferente. Hasta ahora el bloque realizó tres cumbres, en Washington (2008), en Londres y Pittsburgh (2009) y en Toronto y Seúl (2010). Fue en la capital surcoreana donde se puso por primera vez sobre la mesa la agenda de desarrollo, la cual se adoptó unánimemente como interés común. El G-20 parece haberse convertido en un semillero de toma de decisiones compuesto por los grupos tradicionales de poder occidentales (el G-8 original) sumados a las economías emergentes.

¿Qué significa esto para el G-8? ¿Está perdiendo relevancia y poder? Curiosamente, el G-20 se reúne dos veces al año, mientras que el G-8 celebra una cumbre anual de dos días, aparte de las conferencias ministeriales que se organizan por separado. Por cierto, se percibe un marcado cambio en la agenda del G-8, especialmente porque la agenda económica tradicional se trasladó al G-20.

La agenda de la 37 cumbre del G-8 apuntaba hacia ese desplazamiento: las deliberaciones se concentraron en la “primavera árabe”, la crisis europea y las cuestiones relativas a la designación del nuevo director gerente del FMI. El discurso del presidente estadounidense Barack Obama en el Parlamento del Reino Unido, antes de la cumbre, señaló una nueva agenda para el G-8: "Lo que hemos visto en Teherán, Túnez y en la Plaza Tahrir [de El Cairo] es un anhelo de las mismas libertades que nosotros consideramos garantizadas en nuestros países. Es un rechazo de la noción de que la gente en ciertas partes del mundo no quiere ser libre, o necesita que la democracia les sea impuesta... Ahora debemos demostrar que respaldaremos esas palabras con hechos. Esto significa invertir en el futuro de aquellas naciones que transitan hacia la democracia, comenzando con Túnez y Egipto (mediante la profundización de los lazos de intercambio y comercio), ayudándolas a demostrar que la libertad trae prosperidad. Y eso significa defender los derechos universales, sancionando a aquellos que recurran a la represión, fortaleciendo a la sociedad civil y apoyando los derechos de las minorías".

Así como al FMI se lo trajo de regreso de entre los muertos tras la crisis financiera, la agenda del G-8 ha regresado de entre los muertos por la primavera árabe. Existen nuevas promesas. El G-8 supuestamente prometió miles de millones de dólares a los estados árabes: es obvio que la mayor parte se encauzaría a través del FMI y el Banco Mundial. Será interesante calcular el porcentaje de los USD 20.000 millones comprometidos canalizados como préstamos y donaciones. Curiosamente, la mayoría de los miembros del G-8 no han cumplido con su vieja promesa de asignar 0,7% de sus productos internos brutos a la ayuda oficial al desarrollo.

De acuerdo con lo declarado, el apoyo del G-8 no se limita a la ayuda económica, sino que asume como modalidad otras “intervenciones tácticas” para varios países árabes. Será interesante ver qué significan esas “intervenciones tácticas”. La declaración de 34 páginas contiene como apéndice la "Asociación Deauville" (“Deauville Partnership”), cuyo objetivo es apoyar las recientes revoluciones democráticas.

La primavera árabe y los acontecimientos en Libia y Siria han dado un nuevo significado y propósito a los países del G-8 y les ha proporcionado su agenda propia. No sorprende que las conversaciones del primer día de la Cumbre estuvieran dominadas por la cuestión de Libia y el futuro de su líder, Muammar Gaddafi, así como por la crisis nuclear en Japón. Rusia ha registrado formalmente su protesta por el bombardeo de la OTAN sobre territorio libio y se anunció que Moscú ha sido invitada a operar como mediador en la resolución en esa crisis.

La declaración del G-8 advierte a Gaddafi que debe acordar un alto el fuego y alcanzar una solución política razonable. En su comunicado final, el G-8 se manifestó consternado por el derramamiento de sangre en Siria y apuntó a una acción concertada, pero, en virtud de la oposición rusa, se excluyó prever explícitamente del uso de la fuerza en Siria. A pesar de que se bajó el tono del comunicado, la tendencia del G-8 es a unirse en la acción por el bien de la democracia y los derechos humanos, lo que da cierta sensación de "dejá vu".

El analista David Shorr, de la Fundación Stanley, lo explicó así en una entrevista publicada en a fines de mayo por Marketplace Morning Report: "Las naciones más ricas del mundo están luchando para demostrar su relevancia... […] Están buscando a tientas un nuevo papel. Ésa es la verdadera pregunta: ¿qué problemas del mundo puede usted realmente abordar cuando no cuenta usted con los poderes emergentes alrededor de la mesa?”

Parece que el G-8 ha encontrado su propósito al iniciar a regímenes democráticos antes sostenidos por la ayuda en el belicismo en los denominados “estados errantes”. Podrá o no lograr algo concreto, pero una cosa es segura: pudo reanimar su agenda, que estaba muerta.

¿Se trata de otro movimiento de los más poderosos para recuperar algo del perdido "espacio global"?

¿No es hora de que vayamos más allá de los “G” y creemos sistemas que sean verdaderamente de naturaleza global, creando más áreas de luz que espacios de penumbras?